Un Nuncio cazador de “palomitos”, con compra de sexo incluida, no es cualquier cosa; aunque sea vieja la epidemia de pedofilia en la curia católica.
Lo nuevo es la implosión del cúmulo soterrado de delitos con modalidades de aberraciones y abusos sexuales en el contexto de una era capitalista neoliberal, que ha acelerado la decadencia de la civilización burguesa y de la putrefacción de las rémoras medievales funcionales a ella, al potenciar la conversión de todo en mercancías, disparar por los cielos el egoísmo y la insolidaridad, y darle vuelo súper-sónico a la industria del sexo y la belleza; aplicando el patriarcado, el racismo y el adulto-centrismo de la peor manera.
Eso tiene demasiado que ver con la represión sexual, la criminalización del amor de pareja, el celibato represor y auto-represivo, la homofobia, la satanización del sublime placer sexual y el uso del miedo para inhibirlo e impedir conocimientos y educación en esa vertiente de las relaciones humanas.
Son, además, excrecencias de un poder eclesial masculinizado, al extremo de excluir a la mujer del sacerdocio y de impedirle a las membresías de las congregaciones católicas femeninas y masculinas todo tipo de relación sexual dentro y fuera de la organización matriz, considerándolas “pecados” merecedores de sufrimientos eternos…
Eso conduce en no pocos casos a graves desequilibrios personales y traumas mentales que buscan compensaciones y desahogos dentro, en el entorno y fuera de la Iglesia; seduciendo, comprando y/o agrediendo a los sectores más vulnerables de la feligresía y de la sociedad.
En otros casos atrae a seres humanos traumatizados que se refugian tras falsos mantos de castidad, apelando al secretismo y empleando la autoridad, los privilegios económicos y la alienación religiosa para descargar sus inhibiciones y traumas sobre mujeres, niños/as y adolescentes, material y espiritualmente empobrecidos/as por el sistema.
No es accidental que entre las víctimas abunden niños/as y adolescentes, abrazados/as por la inocencia, condicionados por la ignorancia y necesidades extremas, e impactados por la subcultura del consumismo superfluo y de la mercantilización.
Claro que no es justo obviar la responsabilidad personal en delitos de esa índole, por demás desgarradores. Pero es necesario ir más allá de lo episódico y lo personal.
Hay que develar el “cocorícamo” de estos escándalos: las doctrinas propias de la dominación de clase, de género, y contra generaciones emergentes y fenotipos humanos discriminados. Las ideas -religiosas o no- al servicio de la minoría opresora, de sus placeres y egoísmos degradantes, que incluso generan atrocidades.
Y una cultura hegemónica en crisis (como la actual), generadora de podredumbres y miserias materiales y espirituales, exige de una contra-cultura emancipadora.
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