A propósito de la edición especial de mi obra “El golpe de estado” muchos lectores me han preguntado mi opinión acerca de las consecuencias del derrocamiento del profesor Juan Bosch, hacen hoy 50 años. El golpe que lo desalojó de la presidencia sumió al país en una etapa de inestabilidad política, económica y social que provocó casi dos años después un contra golpe militar que degeneró en una revuelta popular y una masiva intervención militar norteamericana. El legado fue una guerra civil con un saldo de cinco mil muertos y una sociedad ahogada en rivalidades políticas no del todo superadas a pesar del tiempo transcurrido.
Las causas del derrocamiento de Bosch han sido objeto de muchas interpretaciones. El golpe se produjo entre la noche del 24 y la madrugada del 25 de septiembre de 1963, en medio de infructuosas gestiones para convencerlo de echar hacia atrás un decreto de destitución de un influyente militar, el coronel Elías Wessin, que sirvió luego de pretexto para la acción. Su suerte estaba echada. Pero esa no era la noche fijada para el cuartelazo. Bosch en su obstinación precipitó los acontecimientos que pusieron término a su régimen, apenas siete meses de haberse juramentado.
Cuando se anunció en la madrugada la sustitución del presidente, Bosch se encontraba en pugna con su propio partido, el PRD, y alejado de la mayoría de los sectores que habían contribuido a su triunfo en las elecciones del 20 de diciembre del 1962. Esa fue la causa de que el país no reaccionara de inmediato y en su lugar se instalara un régimen cívico militar incapaz de enfrentar las duras realidades que tenía de frente el país en el campo económico y social, profundizando así las causas que condujeron a la revuelta del 24 de abril de 1965. Bosch fue un incomprendido, pero su largo exilio lo distanció tanto del país que fue incapaz de entender a la sociedad que él intentó cambiar democráticamente.
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