El ensayo democrático iniciado por Juan Bosch en 1963 tenía tantas posibilidades de sobrevivencia como la independencia proclamada por José Núñez de Cáceres en 1821, ambos hechos marcaron treguas inspiradoras de las batallas futuras del pueblo dominicano por su soberanía, democracia y libertad.
El triunfo electoral arrollador de un candidato desconocido para un electorado de composición mayoritariamente rural en tiempos en que no había predominio de la radio ni de la televisión, fue un accidente histórico producido por un factor muy similar al que permitió que el Partido de la Liberación Dominicana ganara las elecciones de 1996: los impedimentos legales de Joaquín Balaguer para ser postulado como candidato, que en 1962 y 1996 hicieron que tomara la misma decisión: mandar a votar contra el adversario más radical.
En 1962 una ley del Consejo de Estado impedía que los trujillistas pudieran postularse hecha para evitar que Joaquín Balaguer se inscribiera como candidato y aunque no suscribió un “pacto patriótico”, como el de 1996, instruyó sin pronunciamiento público al voto contra la Unión Cívica como lo haría 34 años después contra José Francisco Peña Gómez.
Como el apoyo de 1962 no nació fruto de un pacto político, pocas semanas después de instalado Bosch, empezaron a leerse artículos de Balaguer en los que se evidenciaba que quitaba las alfombras del gobierno que había contribuido a elegir.
Don Juan no reparó en la debilidad política de su gobierno y al de la pérdida de ese apoyo que le había sido importante para ganar añadió otro: la desmovilización de su base de apoyo político, el Partido Revolucionario Dominicano, disponiendo que los locales fueran usados para escuelas.
Pertenecía a la denominada izquierda democrática de América Latina, que aunque no era comunista quedaba bajo sospechas para Estados Unidos y se produjo un acontecimiento años antes que varió la política exterior de ese país, el triunfo de la revolución cubana y su radicalización.
Estados Unidos se cerró a banda en el criterio de impedir nuevas cubas, y como la primera había sido parida por la guerra armada contra una dictadura, decidió quitar del medio las dictaduras que estimularan procesos similares, y desde antes que Juan Bosch llegara al poder conspiraban con militares dominicanos para producir el derrocamiento de Duvalier en Haití, usando el territorio dominicano para entrenamientos guerrilleros.
Meses después Bosch se percata de que están haciendo tramas que vulneran la soberanía sin su consentimiento, se indigna y se apresta a denunciarlas, y el mismo día que tenía una rueda de prensa para tales fines lo derrocan.
También está asediado por una ola de protestas que involucraban a los sectores más influyentes del país, y por eso lo tumban sin que el repudio se hiciera sentir de inmediato, pero el martirologio de su destronamiento catapulta su figura y pare el Juan Bosch histórico, el faro moral que siempre será referenciado.
El saldo de la guerra fría no fue más sangriento para la juventud dominicana porque el liderazgo de Bosch apartó a miles de seguir a líderes más radicales que empujaban a la inmolación sin mayor resultado que el de la demostración de coraje.
La leyenda eclipsante del líder que quiso hacer cambios y no pudo, la fuerza moral del gran literato que abandonó la narración breve para dedicarse a la política sin buscar enriquecerse, su reciedumbre intelectual, lo colocan en un altar en el que el fundador del PLD no haya comparación.
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