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Dejen quietos a quienes no beben…

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Esta noche será particularmente difícil para aquellos que por decisión propia, por imposición familiar o recomendación médica han resuelto pasar la Nochebuena sin tomar alcohol. Familiares, amigos, tercios y necios insistirán en ofrecerles “sólo uno”, poniendo a prueba una resolución que, en el caso de aquellos que padecen de alcoholismo, es una tentación mandada por el mismo Diablo.

 Beber es magnífico. Jesús tomaba vino. A mí me encanta. Igual le fascina a muchos que han decidido que hoy no se tomarán ese primer trago que les manda el coludo del tridente, porque quieren pasarla en paz consigo mismos, sus seres queridos y aquellos otros que compartirán su festejo de Navidad.

Si usted es de los bebedores sociales que tiene la buena fortuna de poder tomarse sus traguitos sin consecuencia, felicítese a sí mismo. Si usted es un tomador de esos que se enorgullecen por el prodigio de hígado que su genética o la Providencia le regaló, ¡le felicito! Si usted es un “aplomador” de a de veras, de esos que afectan al PIB de Escocia o Rusia cuando dejan de beber por unas semanas para desintoxicarse, ¡también le deseo lo mejor! ¡Que gocen todos!

Pero jodan menos con quienes quieran tomarse un juguito, una soda amarga o una agua tónica virgen. ¿Cuál es el afán de poner a otro a beber? ¿Acaso se disfruta menos si uno que otro escoge dejar las bebidas espirituosas para otro día que no sea hoy? ¿Hay que amargarle la noche a quienes sin meterse con nadie sólo aspiran a que se les permita pasarla bien sin tomar?

Inducir a otro que no desea tomar a hacerlo debería ser ilegal. Poner a quien dice amablemente que hoy no quiere beber en la disyuntiva de que se le agüe la boca, tentándolo inmisericordemente, supone una crueldad que la mayoría de la gente no percibe. Innumerables desgracias podrían evitarse simplemente respetando la voluntad, aún esta sea débil o enferma,  que quien le dice “no, gracias”, cuando usted le ofrece un trago.

A mi me hace gracia cómo los borrachitos son espectáculos andantes mientras quienes hoy no quieren beber son “alcohólicos anónimos”, como si andar sobrio fuera más causa de vergüenza que babosear estando ebrio. Don Cuchito Álvarez decía, sabiamente, que estos son días para los bebedores “amateurs” y por tanto más peligrosos. ¡Cuidémonos!

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