SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Abrumados por los dimes y diretes de la política partidaria, más dedicada a rebatiñas internas que a los temas de interés nacional, los dominicanos no alcanzamos a darnos cuenta de la gravedad de algunos males sociales como el microtráfico.
Aunque de tiempo en tiempo el tema sale a relucir a propósito de crónicas en los periódicos basadas en algún hecho sangriento, lo cierto es que esta modalidad delictiva es motivo de permanente intranquilidad en los barrios.
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En los últimos tiempos la Dirección Nacional de Control de Drogas ha intensificado la lucha contra este flagelo, pero en el caso particular del microtráfico, el combate no puede limitarse a la parte represiva, sino que entraña un gran reto: orientar a los jóvenes para evitar que caigan en las redes de los traficantes de drogas.
Lo ocurrido este fin de semana en Los Alcarrizos, donde diez personas resultaron heridas a machetazos durante un enfrentamiento entre bandas rivales que se disputan un punto de drogas, es una muestra y no aislada de la forma en que estos vándalos intranquilizan a barriadas enteras.
En las sobrecogedoras imágenes captadas por una cámara de seguridad se observa este sangriento episodio protagonizado por individuos capaces de cometer las peores atrocidades cuando están en juego sus intereses en el criminal comercio de narcóticos.
Volviendo sobre las raíces y complejidades del microtráfico, es oportuno señalar que muy poco se hace en el país para enfrentarlo y disminuir su expansión, lo que convierte en un fenómeno prácticamente fuera del control de las autoridades.
Jovenzuelos sin orientación, provenientes en muchos casos de hogares desarraigados donde está ausente la figura paternal, son presa fácil de traficantes que los envuelven para que se dediquen a la venta de drogas, operación en la que terminan también como consumidores.
De esa degradante etapa pasan a la delincuencia criminal, dispuestos a cometer toda clase de desafueros para defender sus infames negocios y, además de intranquilidad, esas tropelías producen víctimas inocentes entre ciudadanos pacíficos y ajenos por completo al bajo mundo.
Mientras esta problemática no se enfoque con seriedad y se comience a atacar en sus orígenes con un plan general de acción y prevención, la vida en los barrios humildes será cada vez más incierta, aun en aquellos que se ha pretendido etiquetar como sectores seguros.