Mediodía. Un policía sin casco en un motor sin placa, a mil por la México, zigzaguea temerariamente entre los vehículos del tapón de la Tiradentes; sube a la acera, baja en la esquina, saluda de lejos a los dos congéneres que trabajan allí, y sigue en vía contraria, muerto de risa, inmune ante la ley, rumbo al sur. Eso ocurre a cada instante en Ciudad Barbarie. Y hay que preguntar: ¿Quién pondrá alguna vez el escarmiento? ¿Cómo podrá la Policía ganar el aprecio de la ciudadanía, irrespetada por miles de energúmenos uniformados? ¿Quien nos salva?
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