Arranca: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!»…Se acelera: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»… “La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común. La solidaridad debe vivirse como decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde». Y entonces remata: “Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos».
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