En “Cuentos Chinos” y reciente en “¡Basta de historias!”, Andrés Oppenheimer golpea sobre la misma roca: no es verdad que somos más pobres y atrasados por el bendito trípode genético sobre el que teorizó el doctor Moscoso Puello; no es verdad que estemos signados por un determinismo ancestral a permanecer en el club del subdesarrollo; no es verdad que los países de origen nórdico tienen más potencialidad de desarrollo que los africanos, o que las antiguas colonias españolas siempre habrán de ser más retrazadas que las británicas.
Pero tampoco es verdad que las clases gobernantes pregonen la ignorancia para mantener al pueblo explotado, o que nuestros grandes males se deban a la voracidad con la que las potencias imperiales han explotados nuestras riquezas.
Es cierto que la dependencia es una impedimenta para el despegue, y que tal y como lo ha revelado en análisis comparativos Noam Chomsky, Egipto y Estados Unidos, en la etapa en la que fueron colonias británicas, tenían condiciones similares para desarrollarse, y que uno de los factores por lo que gran nación estadounidense se fue delante, por mucho, fue por el logro de su independencia.
Pero en América está la segunda república libre del continente y la primera negra del mundo, viviendo en una miseria espectral.
La mayoría de las repúblicas de América Latina acuden al bicentenario de su independencia, contando con el ocho por ciento de la población mundial y con el 75 por ciento de los secuestros, modalidad de la que las narcoguerrillas y el narcotráfico han dotado la criminalidad en la región.
Si Irlanda se mantuviera como una colonia británica, no hubiese estado situada como lo está hoy, pero además de las hazañas patrióticas, se han consumado las del desarrollo.
¿Cuál es la clave? Identificar los ejes del progreso y trabajar con obstinación para lograrlos, con metas que no se interrumpan con los cambios de gobierno.
En Chile se ha ido del poder la concertación democrática que rigió a ese país por varios períodos y ha llegado al poder un partido totalmente distinto, pero con la misma meta de que al 2018 en el plano de la educación, así como en el de la investigación y el desarrollo tecnológico ese país esté a la par con los treinta más desarrollados del mundo.
El elemento común a todos los países que están sacando a los pobres de la pobreza, ha sido la apuesta por la educación, que no reside solo en incrementar presupuesto, sino en optimizar la calidad del gasto.
No se trata de que nos contentemos con tener una universidad estatal con 177 mil estudiantes, es que haya ocupación real en la calidad de la enseñanza que reciben y la planeación para concatenar el esfuerzo que hacen los contribuyentes que costean esos estudios, con las demandas del mercado laboral.
Desde luego se sabe que cuando se llega a esa etapa en un sistema que no ha cuidado la zapata es poco lo que se puede lograr, pero peor es permanecer de brazos cruzados.
En sus conclusiones Oppenheimer advierte que “la mejora de la calidad educativa difícilmente saldrá de los gobiernos: los políticos siempre van a preferir construir obras públicas que puedan estar a la vista de todos antes de las próximas elecciones, a invertir en mejoras educativas, que no producen resultados visibles sino hasta dentro de cinco, 10 o 20 años”
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