SANTO DOMINGO, República Dominicana.- La tendencia cada vez más frecuente de grupos de ciudadanos que toman la justicia en sus manos, mediante la cruel y salvaje práctica de los linchamientos, no puede pasar inadvertida y debe mover a preocupación.
Nada justifica que estos horrendos hechos sucedan y que en la generalidad de los casos las autoridades no logren establecer responsabilidades, por lo que quedan sumidos en permanente impunidad.
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Fuera de la atención que estos sucesos reciben en su momento en los medios de comunicación con imágenes y fotos de un dramatismo sobrecogedor, la sociedad no parece reaccionar ante la gravedad de estos asesinatos a sangre fría.
Sin embargo, se reconoce que esa irracional violencia es en gran medida fruto de la impotencia de la gente, ante la incapacidad de a policía, de los cuerpos de seguridad oficiales y del ministerio público para frenar la incidencia delictiva y fortalecer la seguridad ciudadana.
Bajo el constante azote de la delincuencia, de día y de noche y sin contar ya con ningún lugar realmente seguro, la población es víctima de asaltos de antisociales con largos antecedentes que andan armados y que disparan a matar con frialdad. A pesar de todo esto, casi siempre logran evadir la acción de la justicia y vuelven a aterrorizar las calles.
De ahí surge la desesperación que lleva a residentes de barriadas a ejecutar a sujetos sorprendidos robando o detenidos tras un frustrado atraco, aun cuando éstos han sido ya sometidos a la obediencia.
Se requiere, pues, ampliar las inversiones en seguridad y que la Policía pueda desempeñar un papel más efectivo en el combate al crimen, mientras se insiste en el reclamo de que la Justicia sea menos complaciente con reconocidos violadores de la ley. No podemos regresar a la época de las cavernas y mucho menos enaltecer la ley de ojo por ojo y diente por diente.