Luisito es su nombre, un niño de la calle, vive en un empobrecido sector de la ciudad, y sale a pedir limosnas, obligado por un padre irresponsable, que lo ha acostumbrado a vivir en la indigencia. Este niño tiene que soportar, con dolor y vergüenza, el desprecio de mucha gente, por su desaliñada y descuidada apariencia.
Asimismo, Luisito, huérfano de madre y con varios hermanitos, se quejaba de la carencia de amor de personas que abordaba pidiéndoles que le regalaran una moneda, siendo, muchas veces, ignorado e insultado, llegando de noche cansado a su casa sin nada en los bolsillos y soportar en silencio los amargos reproches de su progenitor.
Descansaba en unos trapos en el suelo, que le servían de lecho, y antes de dormir, con un dejo de tristeza, oraba a Dios, para que lo convirtiera en un perrito.
Su oración era asi: “Señor, perdona si te molesto, pero hoy quisiera hacerte un pedido, sé que podrás concedérmelo, porque amas mucho a tus hijos: Conviérteme en un perro, Señor yo quisiera dejar de ser niño y que me conviertas en un perrito; pero no uno vagabundo, sino como el de Francisco.
“Yo sé que Tú lo conoces…es un cachorro muy bonito, con ojos del color del cielo, y mirada que llega al infinito. Ojos llorones.
“Te extrañará este pedido, parece broma, pero es en serio; cuando te explique mi motivo entenderás porqué te lo pido.
“Tengo el corazón muy triste de escuchar tantos gritos al llegar a casa de noche con los bolsillos vacíos. Nací pidiendo limosnas bajo el calor y bajo el frío, mientras en una casita muy cómoda vive el perro de Eduardo.
“A él lo sacan a pasear de lunes a domingo, y le compran alimento que me han dicho, ¡es carísimo! Lo bañan y lo perfuman, luce siempre limpiecito, ¡y si vieras las caricias que recibe este cachorrito!
“Yo quiero ser asi querido, Señor. Yo lo miro… y sí, Señor, perdóname, pero lo envidio; yo jamás en la vida he recibido tanto cariño. Cuando a mi casa regreso, ya muy tarde y sin un cinco, me tratan como a un delincuente pues dicen que ni para pedir sirvo.
“Por eso, Tú que todo lo puedes, conviérteme en un perrito; dicen que ellos no tienen alma, pero así no sufriré más, y por eso te lo pido.
“Quiero que me tengan en brazos, pues debe ser un lugar muy tibio… sé que es feliz, el cachorro, se le nota en los s ojitos. Tal vez si tuviera yo madre, todo sería distinto; y ella cuidaría de mí junto con mis hermanitos.
“Podría decirse entonces ¿que doy por hecho el pedido?, sé que no me arrepentiré, al ser convertido en perrito”.
La respuesta de Dios a las inquietudes de los niños, no solo como la de Luisito, es llevarlos al cielo convertidos en angelitos, porque de los tales es el Reino de Dios, como dijo Jesus.
Me conmoví con esta historia, al conocer la oración de Luisito, que pedia a Dios que lo convirtiera en un perrito. Este niño entendía que hay perros que los tratan mejor que a muchos niños, que deambulan por las calles, mal viviendo de la caridad publica, ya sea por culpa de familiares que los obligan a mendigar o porque se ven en la necesidad de hacerlo para subsistir.
No permitamos que niños, como Luisito, sientan en su corazón esa amargura por no encontrar en su desdichada vida manos compasivas que los ayuden a sentirse como seres humanos amados, con verdaderos valores morales y espirituales para que ni siquiera piensen pedirle a Dios a que los convierta en perros.
Y eso no solo ocurre aquí sino también en otros países, donde niños, como Luisito, también viven de la caridad publica y son vulnerables a los peores maltratos y violaciones, ante la mirada indiferente de la sociedad. ¡Que pena! ¿Qué podemos hacer a favor de tantos Luisitos que nos rodean? Espero tu respuesta, y muchas bendiciones para mis amigos lectores.
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