A la prensa le ha dado con reseñar que los tribunales “evacuan” sentencias, lo cual desde todo punto de vista es tremenda acusación en lo que a buenos hábitos se refiere. Y como en efecto muchas sentencias parecen evacuadas, el decir periodístico parece una manera de llamar la atención sobre la pobre actuación de algunos jueces y la posibilidad de que en casos todavía muy sonados, como fue el de las quiebras bancarias, se continúe la práctica de seguir evacuando dictámenes en lugar de buenas y justas sentencias, de acuerdo con los delitos cometidos.
Lo cierto es que eso de evacuar, en referencia a las decisiones judiciales, es una solemne falta de respeto. Una ofensa contra hombres y mujeres que han hecho de sus magistraturas una dignidad, causa por la cual se han ganado el justo aprecio de sus colegas y la sociedad. Ignoro si en el léxico jurídico el uso de tal vocablo es permitido, lo que a mi juicio sería un pésimo indicativo de cómo anda la justicia, y una evidente señal de malos modales en esa rama del Estado.
Si bien evacuar nada tiene de malo y es una función del órgano humano, y por supuesto los animales también lo hacen, en materia judicial la acción tiene sus bemoles. Gandhi solía recomendar en sus largas predicaciones al pueblo hindú la importancia de una buena evacuación para purificar el cuerpo, pero eso no le confiere a nadie el derecho de trasladar tan sabia enseñanza del maestro a la práctica judicial, máxime si se trata de un país con las débiles instituciones que todo el mundo aquí conoce. Gracias a la costumbre de evacuar y no dictar sentencias muchos criminales, especialmente narcotraficantes, andan sueltos haciendo de las suyas. Confiemos que en el caso del ya famoso expediente de la Procuraduría contra un senador no se evacue otra sentencia, porque la evacuación general que seguiría llenaría de malos olores el país. Y dejaría para siempre la sensación de que la justicia es un caso perdido.
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