Un amigo me hizo llegar a través del correo electrónico una fotografía de las banderas colocadas en el corredor de ingreso de los viajeros en el aeropuerto internacional Las Américas. La visión multicolor de todas las enseñas de los países americanos dejaría una grata sensación a los dominicanos, si la nuestra no tuviera allí invertidos los colores de sus cuadrantes. Una bandera se iza o coloca al revés, cuando el país que representa está enfermo o en guerra. Afortunadamente no es nuestro caso, pero el irrespeto de no tomar en serio al mayor de los símbolos patrios, inobservando la ley que regula su uso, es una afrenta imperdonable.
Es muy común ver desplegadas una del lado de otra, banderas con matices diferentes en sus cuadrantes azules, incluso en los edificios públicos más emblemáticos de la dignidad estatal, como el Congreso, las alcaldías, la Suprema Corte y el palacio presidencial. Le he preguntado a congresistas, funcionarios e historiadores acerca de esta práctica y ninguno de ellos me ha parecido interesado en el tema, como si tratara de algo irrelevante; algo así como perderse un partido de béisbol. Llegué incluso a escribirle sobre el caso a los presidentes de ambas cámaras, donde suelen izarse banderas en mal estado, prohibido por la ley, y con distintas tonalidades del azul, sin recibir respuesta alguna.
Tal es nuestro desprecio por los valores patrios, que la estación principal del metro, ubicada en una de las esquinas de la intersección de las avenidas John F. Kennedy con Máximo Gómez, el nombre del patricio se lee de esta manera: Juan P. Duarte, y no por falta de espacio, en lugar de Juan Pablo Duarte, lo cual explica que estudiantes de secundaria crean a estas alturas que los tres padres de la patria sean Juan, Pablo y Duarte.
El caso es que si no respetamos la bandera, el mayor símbolo de la nacionalidad, terminaremos menospreciando el valioso privilegio de ser dominicano.
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