Es penoso decirlo, pero debe ser admitido públicamente como una verdad inocultable: el desastre registrado en el penal de La Victoria con un brote de diarrea que degeneró en cólera, con un balance mortal y de personas enfermas, no puede sorprender a nadie que conozca las condiciones infrahumanas en que viven allí los reclusos.
En realidad, pocos sucesos lamentables ocurren en una prisión superpoblada, donde los reclusos desenvuelven su actividad diaria con grandes precariedades materiales, en hacinamiento y con serias limitaciones para una vida mínimamente digna.
Ninguna persona, no importa el tipo de delito que haya cometido en perjuicio de la ley y de las normas en sociedad, puede ser condenada, además de las penas impuesta por los tribunales, a la violación de sus derechos humanos, en medio de una manifiesta dejadez de las autoridades penitenciarias.
Es innegable que se ha avanzado mucho para adecentar y tornar más seguro y provechoso el régimen penitenciario, pero tal progreso sólo se observa en el denominado nuevo sistema, que dista mucho del ambiente infame que prevalece en muchas de las cárceles dominicanas.
Es francamente insólito e inaceptable que en un pabellón de La Victoria donde mal viven 900 prisioneros sólo haya una precaria facilidad sanitaria, lo que facilita procesos infecciosos y de insalubridad como éste que originó el brote de diarrea y cólera.
En este caso en particular se evidenció también una inexcusable indiferencia y descuido de las autoridades, en vista de que el problema se había detectado y denunciado desde hacía una semana y no se tomaron las medidas que eran urgentes y pertinentes.
Con apenas un dispensario que sólo puede brindar asistencia primaria e elementar en caso de enfermedades, La Victoria debe contar con sistema sensible y efectivo para trasladar a los reos a hospitales donde su vida pueda ser garantizada con atención a tiempo en caso de dolencias de posibles efectos letales.
Como ha ocurrido en otras oportunidades, nadie responde por la negligencia o la inacción y lo peor es que no existen seguridades de que, a partir de esta fatal experiencia, se tomarán medidas para evitar su repetición.
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