En algunas escuelas de periodismo se insiste en enseñar a los estudiantes a evadir el uso repetido del pronombre relativo “que”, a pesar de su vastísima aplicación en la lengua castellana. Es cierto el infatigable abuso de ese vocablo, especialmente entre aquellos carentes de un amplio léxico y su empleo desmesurado en las crónicas diarias. Pero la correcta comprensión del vocablo es imprescindible a una buena redacción, sea periodística o de otra naturaleza.
Pocas palabras en nuestra lengua tienen un significado tan extenso. No sería pues estéril dedicar horas de enseñanza en las aulas a su estudio, cuya complejidad queda de resalto en las veinticinco aplicaciones, con sus numerosas variaciones, dadas en los diccionarios de la Real Academia a este “que” tan menospreciado, sin el cual no se podría escribir ni hablar correctamente.
Escuchando a unos estudiantes universitarios hablar del tema se me ocurrió una vez escribir dos columnas sin ese “que” y aunque no me resultó difícil lograrlo me pareció después que el esfuerzo no tenía nada de loable. En el periodismo también se insiste en la necesidad de abreviar las entradas (leads) de las informaciones, con un número determinado de palabras, un máximo de cuarenta, y así se me dijo, según recuerdo, en la universidad. Es decir, el mínimo suficiente para responder las preguntas básicas que un lector normalmente se hace ante un hecho noticioso (los famosos qué, cuándo, dónde, cómo y porqué).
La experiencia me ha enseñado, empero, que lo importante es informar claramente lo sucedido, por lo que veinte pueden ser muchas palabras y cincuenta en cambio podrían en ciertos casos ser muy pocas. Como la medicina y otras muchas profesiones, el oficio del periodismo requiere de una actualización permanente para evitar que los “que” nos arruinen los escritos, a sabiendas de cuán necesarios siempre son.
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