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Las trampas fiscales

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Víctor Bautista.

Una lectura reposada del pensamiento del presidente Danilo Medina acerca del sistema tributario –expresado durante una entrevista con Alicia Ortega- me conduce a identificar el triángulo nefasto que ha bloqueado el éxito de todas las iniciativas reformadoras en el aparato fiscal.

En otras palabras, los múltiples cambios tributarios de la última década han sido parches no tanto por su diseño en sí mismo, sino por tres trampas insondables que, de alguna manera, conectan con el clientelismo y el populismo que nos carcomen.

¿Cómo hemos llegado a un 7% del Producto Interno Bruto (PIB) en gasto tributario? Sencillamente haciendo trajes a  la medida, complaciendo peticiones, pagando favores de campaña y hasta generando negocios entre políticos –hoy tutumpotes financieramente emancipados- y empresarios inescrupulosos.

El tiempo pasa y sólo se oye el grito por la carga pesada que implica el gasto tributario, pero ninguna autoridad se atreve a ordenar una auditoría o un estudio sobre el impacto de las exenciones en la generación de empleos y la creación de riqueza.

Toda la sociedad ha sido exageradamente permisiva frente al manejo del gasto público y acepta con resignación que le mientan en sus propias narices sobre supuestos niveles de calidad en las erogaciones. Gastar mucho y de manera insana es un deporte nacional vigente.

El tercer factor es pasar por alto que la Dirección General de Impuestos Internos (DGII) nunca debe caer en manos improvisadas ni podemos darnos el lujo de que ésta sea desmantelada cada vez que cambia un gobierno, provocando una fuga de talentos irreversible y costosa.

El próximo cambio tributario, en el marco o no de un pacto fiscal, estará condenado al fracaso sin cuidar como una taza de oro la profesionalización de la DGII, para una administración tributaria eficaz, creativa, anticipada a las artimañas y que combata sin desmayos la evasión.

No funcionará una reforma tributaria sin confesar ni lavar el pecado de un gasto público atrozmente malo e irracional. El efecto sería nulo en corto tiempo si continuamos asignando recursos como la gallinita ciega a las portentosas exenciones, en algunos casos tan generosas que traen consigo un todo incluido: utilidades libres de impuestos para comprar carros de lujo, jets privados y mansiones en playas y montañas.

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