Nada produce más hilaridad que escuchar a los políticos e intelectuales dominicanos hablar de burguesía y pequeña burguesía en términos despectivos para referirse a los movimientos sociales o políticos que adversan o específicamente a sus contrarios, porque en el más literal de los sentidos la mayoría, si no todos, son también burgueses y pequeños burgueses.
De acuerdo con la definición universalmente aceptada, la burguesía es la clase social formada por los grupos más acaudalados. Es decir, por aquellas personas que poseen capital, propiedades y bienes materiales de los o con cuales viven. De modo que nada tiene de malo ser un burgués o pertenecer a ese mundo al que tanto se denigra y al cual anhela penetrar aquellos que lo detractan. En la Edad Media, se llamaba burgués a los habitantes de los burgos, que no eran más que los lugares que gozaban de privilegios laborales o se les permitía el disfrute de propiedades. De manera que las oportunidades derivadas de las formas conocidas entre nosotros de hacer política o vida intelectual, hace a sus actores burgueses o pequeños burgueses, en el más estricto sentido del concepto, y, al país un burgo sobreviviente del Antiguo Régimen.
En el debate nacional es frecuente leer o escuchar el intento de cerrar el camino hacia una sabia y prometedora discusión condenando a la otra parte por sus planteamientos burgueses o pequeños burgueses, llamándolos lacras de la sociedad, sin que las fuentes de ese discurso tengan un mínimo conocimiento de lo que dicen. Nadie mejor la definió que Víctor Hugo, cuando dijo: “Se ha pretendido hacer erróneamente de la burguesía una clase. La burguesía no es más que la parte satisfecha del pueblo. El burgués es el hombre que alcanza a tener tiempo de sentarse. Una silla no es una casta”.
Con dos siglos de anticipación, el genial escritor francés nos describió al burgués y pequeño burgués abortado por la política dominicana.
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