Cualquiera que llegue a Bogotá durante el invierno –primeros días de noviembre de 2010–, no solo se deleitará con la hermosura del cerro andino de Monserrate, que coquetea con los 3 mil pies de altura, y con su vecino, el imponente edificio Col Patria, el más alto del país, 48 pisos, cuyas columnas rectas se yerguen desafiantes hacia el cielo resistiéndose a que las recurrentes neblinas lo oculten de día, como al cerro, y, por las noches, desorbitando los ojos del más indiferente de los caminantes, con los colores brillantes de la bandera colombiana: amarillo, azul y rojo.
No solo vivirá la experiencia de su temperatura helada, la intermitencia incomparable del sol y la lluvia y, como consecuencia, la perenne compañía en los transeúntes y las transeúntes del abrigo, para el frío; el paragua, para guarecerse de la lluvia o el sol; y la ropa ligera, debajo, por si se produce un brote repentino de eso que allá llaman calor y que yo, como caribeño, designo: menos frío.
Verá algo fundamental, aunque común en las calles citadinas: las bogotanas caminan abrazadas a sus carteras como si fueran sus bebés. Y no para protegerlas de las temperaturas mañaneras de 8 hasta 10 centígrados. Es por inseguridad pública, por delincuencia, como ha recordado la escritora colombiana Yolanda Reyes, durante su ponencia en el panel sobre literatura, la palabra y medios de comunicación, desarrollado en el contexto del encuentro “Las voces que nos unen”, de Radio Nederland.
Las colombianas se distinguen por la manera como portan la cartera, refirió en medio de un público que asintió y rió de buena gana.
El reconocido director de cine Lisandro Duque, excelente relator de historias cotidianas y dueño de un humor que desparrama en cada expresión, se encargó de ampliar el detalle resaltado por Reyes. Planteó que sus coterráneos suelen reír a carcajadas cuando se espera lo contrario. Y lo ilustró con una anécdota sobre la escena dramática de unas de sus películas, la cual, al ser presentada a públicos internacionales, provocó tristeza mientras en su país estallaron en risa.
Esas condiciones no son sin embargo exclusivas de allá. Las dominicanas, en esta república isleña, también aseguran sus carteras cuando caminan por las avenidas de las ciudades más importantes, sobre todo en la capital, Santiago y San Francisco. Y el pueblo en general, con su calentura natural y su merengue de Juan Luís, Milly Quezada, Villalona, Sergio, Joseíto Mateo, Wilfredo, Eddy Herrera y Johnny Ventura, ha sabido sacarle ventajas a los momentos trágicos.
Solo que, eso sí, las mujeres de aquí las llevan debajo de las axilas, bien apretaditas, y asegurándolas con los brazos cruzados, sin que ello tenga que ver con poses o modas.
Bueno… a fin de cuentas, allá y aquí, se trata de lo mismo: estrategias de supervivencia. Intentos –aunque a veces vanos– para escaparse de la plaga de ladrones que ha caído encima de muchos pueblos de Latinoamérica para modelar las enseñanzas de la descomposición general.
Hay muchas coincidencias entre Bogotá y Santo Domingo, salvo el clima, el semillero de edificios altos desafiando una serranía presidida por Monserrate y su iglesita, icono de la ciudad; el Transmilenio; los cerca de 9 millones de habitantes; la impactante seguridad militar en cualquier sitio, por la guerrilla y la potencia del narcotráfico, el rincón para poetas callejeros y las artesanías en la peatonal…
En el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo, con 3 millones de habitantes, ya construyen empero edificios que retan las alturas a pesar de las advertencias de los sismólogos. Aunque aún se quedan chicos frente a los de Bogotá. Tienen una línea de metro y edifican a mil la segunda; mas carecen de Transmilenio. El tráfico y consumo de drogas y la violencia son graves; aunque no tanto como allá. El malecón irrepetible, el clima cálido y el sol radiante compensan la carencia de montañas húmedas en la ciudad.
Imposible dejar de pensar en Santo Domingo si se permanece aunque sea una semana en Bogotá. Porque, para más señas, allá, también: un delincuente intenta atracar a una empleada que, tras salir de su trabajo, en la noche, esperaba el bus en una céntrica avenida y alguien que pasaba por el lugar vio la escena y mató al bandido de un tiro… Un grupo de ciudadanos trata de linchar a unos jóvenes que acuchillaban a peatones en pleno centro de la ciudad, para quitarle sus pertenencias; cada uno le daba su merecido: trompadas, patadas, empellones… La mayoría de los medios, atada al viejo concepto de noticia, se ahoga en las mismas: reconstruyendo las escenas del crimen, excluyendo el derecho a la comunicación de las otras voces porque esas ni son noticia ni tienen poder… Mientras, el periodista colombiano Enrique Botero –y muchos como él– sostiene que es necesario ver (desde los medios) la otra Colombia. Igual a decir: ver a la otra República Dominicana.
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