MADRID, España.- Son destellos, y solo duran una fracción de segundo. Algunas veces proceden de un mismo punto del cielo pero la mayoría no se vuelven a repetir: son los estallidos rápidos de radio o FRB, unas misteriosas luces detectadas en 2007 y que desde entonces alimentan la curiosidad de astrónomos de todo el mundo.
Desde que se descubrió la primera de ellas hace una década, se han registrado unas veinte en distintas partes del cielo.
Pero estos haces de luz son extremadamente difíciles de captar porque es imposible saber cuándo van a producirse y en qué punto del cielo van a surgir.
Hasta ahora, las FRB sólo se habían podido observar con antenas de poca resolución, por lo que era «como mirar al cielo sin gafas. Sabes qué estás viendo y cuándo, pero no puedes precisar muy bien en qué punto del cielo se ha producido el destello», explica a Efe el astrofísico Benito Marcote.
Antes sólo se habían usado radiotelescopios individuales (principalmente el de Parkes, en Australia, y el de Arecibo, en Puerto Rico, de 305 metros de diámetro), pero para confirmar los resultados era necesaria más resolución.
La solución fue sincronizar el trabajo de varias antenas como si fueran una sola. Entonces, el 23 de agosto de 2016, el radio observatorio de Karl G. Jansky Very Large Array de Nuevo México (EEUU), equipado con 27 antenas de 25 metros, detectó un estallido rápido de radio (el FRB 121102), el único que se repite.
«Combinar estas 27 antenas separadas a unos 100 kilómetros es como observar el cielo con una antena de cien kilómetros de diámetro, algo imposible de construir», precisa Marcote, investigador en el The Joint Institute for VLBI ERIC (JIVE) de Holanda.
De esta manera, fue posible identificar de dónde venían los destellos y se pudo confirmar, por primera vez, que procedían de otra galaxia, a unos 3.000 millones de años luz.
Para mejorar aún más la resolución, se coordinaron 15 antenas situadas en África, Asia, Puerto Rico y Europa, lo que permitió observar el cielo desde cualquier punto.
«Como si tuviéramos una antena de 10.000 kilómetros o del tamaño de la Tierra, lo que nos dio una resolución capaz de distinguir a un hombre caminando sobre la Luna», apunta el investigador.
Este nivel de precisión permitió determinar la procedencia del estallido FRB 121102. Sólo quedaba medir la distancia de la fuente que los originaba y cuánta energía surgía de ahí.
Y hace apenas tres semanas, un equipo internacional de investigadores de EEUU, Canadá y Holanda, publicaba tres artículos en Nature y Astrophysical Journal Letters en los que desvelaban el misterio de los estallidos de FRB 121102: procedían de un objeto extremadamente poderoso situado en una galaxia muy lejana.
«Saber la posición de este destello permitió confirmar que proceden de fuera de la Vía Láctea, en una región relativamente pequeña de una galaxia enana», lo que acota las posibilidades a dos.
Una sería que los FRB emanen de una estrella de neutrones inmersa en una región muy densa y comprimida.
«Este tipo de estrellas giran sobre su eje muy rápido y lanzan pulsos que se repiten con la precisión de un reloj suizo, y que son parecidos a los que hemos visto» pero todas las conocidas están en nuestra galaxia, por lo que ésta tendría que ser unas mil millones de veces más potente. Algo nunca visto.
Pero entonces, ¿por qué sólo se captó un destello?
Marcote, coautor de los estudios, cree que la explicación posible es que esta estrella esté en una nube muy densa de gas y polvo, lo que puede hacer que los pulsos de estas estrellas estén potenciados.
«La luz es débil pero al pasar por la nube se puede acrecentar y hace que el destello sea más brillante. Por eso, además, no hay sincronía en los destellos, porque dependen de un gas tremendamente turbulento», indica.
La posibilidad es que procedan de una estrella situada cerca de un gran agujero negro, «lo que hace que ambos interactúen y que los pulsos de la estrella se amplifiquen de alguna manera».
Ese es el siguiente reto: explicar qué puede emitir estos destellos e intentar localizar los otros FRB detectados anteriormente, concluye Marcote.
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