La cultura de la prevención, siempre provechosa en cualquier circunstancia que entraña riesgos, tiene ahora en estos escenarios de frecuentes huracanes de poderosa fuerza destructiva que amenazan al país, una oportunidad para afianzar su conocimiento y práctica para proteger vidas y propiedades.
En diferentes oportunidades hemos insistido y la experiencia nos da la razón, que la palabra clave ante estos peligros de fenómenos naturales es la receptividad ante las recomendaciones y medidas que adoptan los organismos de socorro, principalmente en lo relativo a las evacuaciones anticipadas.
El avance de educación y conciencia que hemos tenido en esta materia fue un factor decidido en la forma en que se logró evitar pérdidas de vidas humanas durante el paso del huracán Irma y en este momento la cercanía de María, de igual poderío, impone que la sensatez vuelva a predominar entre residentes de zonas vulnerables.
Como han aconsejado oportunamente los organismos integrados en el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), mientras se monitorea la evolución del fenómeno, lo aconsejable es no oponer resistencia a los desplazamientos perentorios y mantenerse al tanto de los boletines meteorológicos.
La prudencia también debe prevalecer entre los miembros y la directiva del Colegio Médico Dominicano, que en medio de esta inminente amenaza de María, deben desistir de su proyectado paro en hospitales, pues es hora de cooperación y solidaridad, no de estos movimientos reivindicativos que pueden aguardar.
Como antecedente y tras el paso de Irma, del cual nos libramos en cuanto a lo que hubiera sido un destructivo impacto, lo aconsejable siempre después del paso de un huracán es detenerse a pasar balance y extraer experiencias para un provechoso aprovechamiento sobre la forma de actuar en eventos futuros.
Afortunadamente, a pesar de la cantidad de desplazados, de las inundaciones y de las viviendas destruidas, en términos generales como nación y como pueblo nos salvamos de lo que pudo haber sido una gran catástrofe con Irma, que hubiera requerido probablemente mucho más de un año y cuantiosos recursos para recuperarnos.
Las dramáticas imágenes del panorama desolador que Irma dejó en las islas Barbuda, San Martín y otros territorios insulares del Caribe, entre los que figuró Cuba con un balance oficial de por lo menos 10 víctimas, conmovieron a la comunidad internacional.
Aquí, en cambio y pese a los daños, poco tiempo después de paso de Irma, se produjo un rápido proceso de vuelta a la normalidad en muchos puntos de la geografía nacional, aunque aún quedan remantes.
Además del factor suerte, hay que reconocer la labor de prevención desplegada por los organismos de socorro y también la receptividad de los residentes de zonas vulnerables, que salvo casos aislados facilitaron las labores preventivas de evacuación.
Es obvio, en consecuencia, que hemos progresado con un grado de conciencia y colaboración, sin el cual el Gobierno y las autoridades de diferentes estamentos oficiales no podrían aplicar con efectividad ningún programa de prevención ante la amenaza de ciclones, ya que el uso de la fuerza no es suficiente y en muchos casos totalmente contraproducentes.
Es de esperar, en consecuencia, que la Providencia nos salve nuevamente de un efecto devastador y que la prevención se imponga, consciente de que los principales beneficiarios serán aquellos que se pongan a buen resguardo sin dilación y con la ayuda de los organismos de socorro.
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