La Vicepresidente de la República, Margarita Cedeño, en su artículo “Felicidad Interior Bruta” cita fuentes que dicen que el Producto Interno Bruto, PIB, “se utiliza de forma errónea cuando aparece como medida del bienestar de los ciudadanos”, pues solamente toma en cuanta el ingreso promedio a que pueden aspirar ;que hay quienes plantean que el desarrollo económico no es sinónimo de felicidad; que el verdadero desarrollo se encuentra en la complementación del desarrollo material y espiritual. Concluye diciendo que producto de estas corrientes, ha nacido la Felicidad Interna Bruta, FIB.
En su exposición, la Vicepresidente recurrió, entre otros, a los pensamientos filosóficos de Epicuro, quien considera que la felicidad y la dicha no la proporcionan ni la cantidad de riquezas ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimiento; a las enseñanzas budistas; a la doctrina utilitaristas de Jeremy Bentham y su posición de que “el legislador debe preocuparse de que con sus leyes dé la mayor felicidad al mayor número de ciudadanos”; al Bután, un pequeño reino entre India y China, convertido en laboratorio para probar el concepto de Felicidad Interna Bruta y cómo impulsarla desde el Estado, buscando el bienestar de los ciudadanos.
Parecería que la Vicepresidente acaba de comprender que lo más importante no es lo económico, sino también la paz interior y termina preguntando ¿Cómo logramos que el Estado asuma la felicidad como política pública y la asegure a todos sus ciudadanos?
Antes de que busque esa respuesta en filósofos y culturas lejanas, me permito darle la opinión de aldeanos del campo donde nací y que comparto. Con lenguaje coloquial, expresan que lo más importante no es lo material, sino la paz espiritual, vivir tranquilos, en familia; que quienes desvían de ese camino, son algunos líderes nacionales ambiciosos, exhibiendo riquezas y apoyando corruptos.
Con palabras llanas, los campesinos explican, que es responsabilidad del Estado, abrirle a la población los caminos hacia la felicidad y ¡asumirla como política publica! Que es fácil hacerlo. Bastaría trabajar en base a un plan que garantice el bienestar de los ciudadanos; institucionalizar la nación; introducir programas sociales al alcance de todos; administrar los recursos de manera equilibrada, sin privilegios; abrir fuentes de trabajo; establecer mecanismos para que la población desarrolle sus potencialidades y cubra sus necesidades básicas de comida, educación, salud, techo; enseñar a ser personas de bien, útiles a la sociedad, erradicando la corrupción.
Con igual o más credibilidad que destacados filósofos y políticos, nuestros campesinos son fuentes de aprendizaje. Pisando y labrando la tierra, rodeados de árboles y animales, consideran que si los gobernantes se manejaran sin privilegios para grupitos, la felicidad llegaría a todos los hogares; que no solo aumentaría la Felicidad Interna Bruta, FIB, sino también el PIB.
De ahí que, la respuesta a la pregunta ¿cómo logramos que el Estado asuma la felicidad como política publica y la asegure a todos los ciudadanos? que hizo nuestra Vicepresidente de la Republica, esa respuesta puede encontrarla reflexionando sobre la vida y el sentir de nuestros campesinos, pero también de cualquier persona humilde
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