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Un periodista tonto ante una encuesta

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Tony Pérez.

En los avatares del periodismo mi mayor aprendizaje proviene de una frase atribuida al laureado escritor alemán Hermann Hesse, autor de “El lobo estepario”: “Hay que dudar siempre”, y de otra sacada de un texto de periodismo de investigación a cuyo dueño le adelanto mi disculpa por no precisar su nombre ahora: “Si tu madre te dice que te ama, pídele que te lo demuestre”.

Por más evidente que me resulte un hecho o documento, por salud profesional y respeto a la audiencia, desconfío. Y armado de paciencia, verifico, verifico, verifico… Me ejercito a diario en esa aparente rutina y logro con ello reducir las probabilidades de desmentido, cuidándome siempre de causar daños irreparables a otros que carecen del privilegio de manipular medios de comunicación. Muchos le llaman a esto censura previa o autocensura. Yo prefiero llamarle actitud ética y la exhibo con orgullo pese a que en estos tiempos eso sea una prenda símbolo de pendejismo. Prefiero un millón de veces autocensurarme que dañar honores a través de verdades a media.

Y como he aprendido a “ponerme chivo” para que nadie me lleve como “caña pal ingenio”, veo con ojeriza las encuestas electorales.

De resultas que cuando veo una, por el bien mis seguidores, antes de emitir juicios me hago el idiota y trato de indagar sobre:

El patrocinador y la empresa encuestadora. La estructura de las preguntas. El momento de aplicación del cuestionario. La relación política informativa del medio y la encuesta. La muestra declarada y la real. La distribución muestral conforme las poblaciones de las provincias. El error muestral declarado y el real. El intervalo de confianza. La distribución de los indecisos. El factor de representatividad. El manejo de las historias a partir de los datos brutos de la investigación…

Cualquier variación en por lo menos uno de esos factores, provoca sesgos. Es decir, resultados equivocados; resultados que pueden ser involuntarios o, como pasa a menudo, intencionales en  aras de la manipulación de los públicos. Es muy común la práctica de “mentir con estadísticas”.

No me cansaré de repetir a mis estudiantes que un sondeo de opinión aplicado a la gente que me quiere, aportará altos porcentajes a mi favor. Y viceversa. Predomina en las audiencias un principio de selectividad; o sea, los perceptores optan por los medios que coincidan con sus intereses personales, y está claro que los medios sensibilizan pero también alienan si fuere su intención. De ahí que cualquier sondeo hecho al garete carece de validez científica y, por tanto, solo sirve al engaño de una población digna de ser informada con veracidad, sin montajes.

¡Digo yo, que soy un periodista tonto!

 

 

 

 

 

 

 

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