El Presidente Leonel Fernández ha llamado la atención hace unos días sobre la importancia de enfatizar en la prevención del tráfico y consumo de drogas prohibidas.
No sé si él lo descubrió ese sábado 10 de septiembre durante el encuentro para debatir sobre violencia en la PontificiaUniversidadCatólica Madre y Maestra, campo de Santiago. De todos modos denotó que su Gobierno ha dejado de lado la crucial prevención para favorecer ruidosas acciones represivas que solas no resuelven el problema.
Hace muchos años que las agencias dela Organizaciónde las Naciones Unidas, OMS/OPS, asumieron la salud como proceso bio-psico-social, y la prevención como estrategia menos costosa que la cura de la enfermedad.
Resulta que el narcotráfico es un grave social. Y el consumo de narcóticos, un muy grave problema de salud pública. Son dos enfermedades que dañan las mentes de muchos dominicanos y dominicanas y, a la vez, son promotores naturales de violencia…
La prevención no ha sido sin embargo la norma en República Dominicana. Ni en este Gobierno, ni en los anteriores; tampoco en la práctica de la oposición de izquierda y de derecha que tanto discursea desde sus variopintas ágoras de la sociedad civil sin trabajar en aras de las soluciones.
Evitar que la gente caiga en las garras del tráfico y consumo de drogas pasa por mejorar las condiciones materiales de existencia de las comunidades para que éstas sean “arquitectas de su propio destino”. Y ese cambio sería imposible sin la voluntad y la integración de todas las fuerzas y con el fardo sombrío de uno o dos millones de analfabetos sobreviviendo a cada día; con una creciente economía subterránea; con una mala educación pública y privada; con un país enfermo; con familias de mala calidad y con un montón de opinantes demagogos y oportunistas que abarca toda la pirámide social.
El mejor ejemplo son las provincias de la frontera dominico-haitiana, comenzando por Pedernales. Por tierra y por mar, son las más vulnerables. La falta de inversión oficial y privada en generación de empleos, educación, salud, producción de alimentos y diversión, las convierten en escenario perfecto para la actuación de todas las mafias internacionales y locales que utilizan a sus anchas al inviable Haití como zona franca del delito.
En cuanto a Pedernales, el Presidente se comprometió públicamente, en 1996 (inicio del primero de sus tres períodos), a convertirla en “una tacita de oro“; 15 años después, esta provincia suroestana no llega a la categoría de cafetera corroída: más desempleo, más drogas, menos salud, menos educación, menos producción, más delincuencia, más desaliento, más deseo de marcharse en la gente buena; más deseo de llegar y quedarse en los malos… Allí se pudo evitar el cáncer porque indicios había; mas se optó por verlo aflorar con toda su agresividad y entonces lamentar.
¿Qué camino le queda entonces a un país donde es recurrente la escenificación mediática de la violencia y las maneras de ejercerla; donde se exhiben los altos precios de las drogas con acentuados aires sensacionalistas que tanto impactan en los ignorantes; donde las autoridades publicitan con desparpajo técnicas secretas de persecución del criminal; donde los modelos de éxito son los hombres y las mujeres que tienen mucho dinero sucio y ostentan medios de transporte de lujo, viviendas que semejan palacios imperiales, que visten caro y viajan mucho; donde un abogado o un periodista vive de los narcos y se llama serio; donde una hija se engancha a mega-diva o un hombre ala Policía o a la guardia o a la política, solo pensando en que el destino le deparará un narco?
¡El camino de la desgracia!
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