El PLD se definió a sí mismo como un dechado de virtudes, se empinó sobre su gloria futura que era su causa verdadera, y desplegó el áspero placer del resentimiento pequeñoburgués golpeando con un látigo pavoroso toda conducta antiética.
Los peledeístas eran franciscanos, curas de clausura, carmelitas descalzos. Tenían dos vidas y las dos falsas. Comenzamos a saberlo con el “Frente patriótico”, en el 1996; de un partido de cuadros escogidos pasaron a conocer todas las tentaciones del poder.
El Juan Bosch que levantaba de un lado la mano de Joaquín Balaguer, y del otro la de Leonel Fernández; ignoraba, sin ningún dominio ya de sus facultades, el ciclo de degradación que se abría. Bajo la superficie del pragmatismo, el PLD desembocaba en la apología de la podredumbre.
Se transformaron en una maquinaria electoral, descubrieron que la revolución no era posible, y navegaron con viento favorable, sin las restricciones de lo concreto que impone un discurso moralista.
Aprendieron a manejar todos los tinglados de las instituciones públicas, utilizaron cuantos recursos hay para manipular la voluntad individual, impusieron un discurso hegemónico en los medios de comunicación, fraguaron el manto frío de la impunidad, intimidaron a las cúpulas empresariales y a los poderes fácticos, cooptaron artistas, intelectuales, historiadores, e incluso grupos de izquierda; la corrupción configuró castas e hicieron de la justicia un teatro bufo con esperpénticos jueces que no son más que políticos disfrazados con togas y birretes.
Y, finalmente, se embriagaron con el poder del dinero. Las castas de privilegiados y enriquecidos dentro del PLD pautan todas las decisiones que atañen al desenvolvimiento de la vida del país.
No hay nadie en la sociedad dominicana de hoy que no haya sentido y temido ese clima de rebajamiento y de sumisión general; esa ráfaga de incredulidad en la cual la ilusión peledeísta cuajaba en la corrupción de los ideales liberacionistas (no olvidemos que decían ser un “Partido de liberación dominicana”), para devenir en el más desencarnado proyecto de dominación totalitaria y corrupción.
Esas castas políticas que han obtenido grandes beneficios del poder en los gobiernos del PLD constituyen hoy una amenaza a las débiles conquistas democráticas de la nación. Al danilismo no le importa la violación a los principios de respeto a la constitución, y el uso demencial del presupuesto para reelegirse; la casta del Comité político, nuevo club de millonarios al vapor, ni se inmuta ante el deterioro galopante de las instituciones en el país.
Los beneficios económicos que la estructura de castas le ha proporcionado a su dirigencia, ha originado que en el PLD ya nadie sienta asco de ver los mismos esquemas de gobierno que reproducen y ahondan las lacras históricas reiteradas de nuestras vicisitudes.
¡Es como si regresáramos al siglo XIX! El mismo control, las mismas argucias de centralización de las reelecciones de Ulises Heureaux. Lilís era la transgresión desordenada de todo el liberalismo del partido azul al conservadurismo de los rojos, que culmina en la dictadura plena. Las castas del PLD, concretada en la ambición de Danilo Medina hoy y en la determinación de mantenerse en poder a toda costa, nos conducen a una dictadura cumplimentando todo el plano formal de una democracia.
Lo que se ha abierto es un espacio dictatorial en el país. La imposición de la segunda reelección y la nueva vulneración constitucional es concretar la vocación de eternidad de Danilo Medina. Lo repito porque ya no es un planteamiento abstracto, Danilo Medina gasta once millones de pesos diarios en promoción personal, dispone del presupuesto del Estado, con la sumisión del asistencialismo que domestica las masas; con la incertidumbre existencial de la clase media, con la corrupción desplegada anulando voluntades, y la determinación de prostituirlo todo con tal de quedarse en el poder.
La configuración del dominio en el PLD es de castas enriquecidas que tienen ya más de quince años saqueando el Estado, y harán lo que sea para mantenerse en el poder, incluso la dictadura disfrazada. Ese “dechado de virtudes” que decían ser tiene hoy un absoluto desdén por los valores, y en ellos el cinismo ocupa el lugar de la verdad. Las castas del poder aman la riqueza, la impunidad. El vivo retrato de que todo aquello en que decían creer se ha desmoronado. Y ahora sólo queda la búsqueda del dinero, y la ambición infinita de poder.
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