Creo que le llamaron San Miguel, un nombre ficticio por no llamarle algún país de Sur América, Centro América o el Caribe, pues mientras unos se mueren de hambre, otros se mueren de indigestión.
Pero bueno es San Miguel y punto. Cuentan que al llegar a San Miguel, de misiones, las calles estaban llenas de personas. Personas que solo hablaban de pobreza. Casas hechas con hojalata se veían por doquier. Niños muy sucios y con suéter rotó, remendado hasta no decir más, de caras no muy bien lavadas, pero ellos nos acompañaron todo el camino.
Una sonrisa iluminaba sus caras. Bromas y chistes acompañaban sus juegos, pero también tenían un gran respeto por nosotras.
Sus padres no eran menos. Nos recibieron con toda solemnidad, con toda la humildad que ellos tenían. Nos condujeron a la parroquia, la escuela y luego a sus casas. Sorprendía ver con cuanta pobreza vivían. Un cuarto era todo su hogar, cocina, dormitorio, sala todo una sola pieza. Unos cuantos trastos era toda la riqueza que poseían, y la Virgen de Guadalupe, por supuesto una cuantas flores puestas a la Virgen.
Dios nos había traído al reino de la pobreza y estábamos dispuestas a compartirlo con El. Los señores nos llevaron a ver nuestra casa, la que nos alojaría esa semana. Un poco más grande que las demás, nos esperaban dos mujeres y tres hombres. Las únicas camas de todo el pueblo estaban en esta casa. Nosotras le dijimos, tenemos sacos para dormir, en los que pensamos pasar todas estas noches. Como un resorte, nos acercamos a los señores que bien nos habían tratado, para decirles: ¿Pero como nos han dejado sus camas? Llévenselas. Nosotras tenemos sacos, podemos dormir bien en ellos. No, señorita, esas camas son para las misioneras. Pero podemos dormir bien en nuestros sacos.
Al final, un señor, mucho más decido, nos dio la explicación. Señorita, no depende si tienen saco o no. Lo que sucede es que ustedes representan a Jesús, nunca permitiríamos que El durmiera en el piso frio.
Dormimos en sus camas esa semana. Nos dieron lo mejor que tenían, como si se lo dieran a Dios. Su fe nos dejó más perplejas.Pero estamos seguras que Dios les recompensó, como dice el Evangelio: “Lo que hicisteis una de ellos estos mis pequeños, lo has hecho conmigo”.
Hasta la próxima, Dios los bendiga a todos.
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