Las cosas que se dicen en este país cuando se tratan de explicar las circunstancias en que agentes policiales se ven involucrados en muertes, hasta de compañeros de la institución, además de otros hechos de violencia y excesos, resultan inadmisibles y provocan irritante indignación en la población.
Ahora resulta que la jefatura policial ha elaborado una extraña e inadmisible definición ante estas situaciones, específicamente a propósito del asesinato de un policía, ya que en un esfuerzo eufemístico y de enunciado literario, ha llamado a tal desafuero como una falla en el protocolo por parte de los agentes imputados por el hecho.
En lugar de buscar terminología envolventes, a los atropellos, abusos y excesos policiales hay que llamarles sencillamente por los nombres que identifican con clara responsabilidad estas infames actuaciones que afectan la buena imagen de la Policía frente a la ciudadanía.
¿Qué confianza puede pedirse a la población que tenga frente a los agentes policiales si en las filas de la institución hay miembros capaces de cometer crímenes hasta de sus propios compañeros de uniforme?
¿Además de una nueva ley policial, qué se ha hecho para reforzar los procesos de saneamiento y depuración, a fin de evitar que indeseables salgan a las calles con un uniforme y actuaciones agresivas, en lugar de inspirar respeto y confianza?
Es obvio, pues, que todavía falta mucho para poder contar con una Policía que contribuya eficazmente en la lucha contra el crimen y la delincuencia.
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