No hay que viajar al Medio Oriente ni leer sobre los horrores del islam contra las mujeres para quedar estupefactos. Aquí tenemos versiones del cristianismo para asombrarnos.
En todas las religiones mandan los hombres; las mujeres son feligreses.
Esto es clave para entender la obsesión de las religiones con las mujeres. Hay que mantenerlas subyugadas para preservar la estructura de poder jerárquico, machista o patriarcal (escoja usted el término que desee, lo importante es la realidad).
La mujer es madre o pecadora. Su dignidad está atada a la reproducción, y si pudiese ocurrir en virginidad, mejor. Pero la historia de María y José es única; ninguna otra mujer engendra el misterio. Todas las mujeres enfrentan el desafío de combinar pureza con sexo, juicio que no se aplica a los hombres.
Confinadas a la pureza, cualquier desviación de las normas establecidas se paga con creces. La mujer provoca al hombre (pecadora). La mujer debe protegerse del hombre (cohibirse). La mujer debe satisfacer al hombre (doblegarse). La mujer es sacrificio y abnegación (familia).
Dios hizo el hombre y la mujer con un sexo inmutable, plantean las religiones. Esa diferencia biológica determina las características y responsabilidades de hombres y mujeres. Desde esa ideología de género (¡sí!, ideología; ¡sí!, de género), no es posible cuestionar ni transformar culturalmente el sistema establecido: los roles asignados a hombres y mujeres tienen un fundamento biológico que deriva de la creación divina.
Para las religiones, el feminismo es maligno por una sencilla razón: cuestiona los roles tradicionales donde los hombres mandan y las mujeres obedecen.
Muchas mujeres, beneficiarias de las conquistas del movimiento feminista, niegan ser feministas porque prefieren disfrutar los beneficios laborales, sociales y políticos que trajo el feminismo, sin cambiar comportamientos tradicionales que hacen la vida más placentera sin confrontaciones. Porque enfrentar los poderosos y cambiar la sociedad es tarea difícil.
En su más reciente ataque a los derechos de las mujeres, la iglesia católica y las evangélicas han decidido impulsar una cruzada mundial contra lo que llaman “ideología de género”. Plantean que la “ideología de género” que emana del feminismo es negativa y anticientífica porque propone que no hay sexo biológico, sino construcción social.
Pero ni el feminismo ni la “ideología de género” que le imputan han planteado que no hay sexo biológico. Sería ilógico hacerlo; hay diferencias biológicas obvias. Hay personas que nacen con anatomía de varón y otras de hembra (también hay personas que nacen con indefinición de órganos).
Lo que el feminismo ha planteado es que la biología no debe ser un impedimento para la igualdad, y que deben cambiarse los patrones culturales discriminatorios para las mujeres.
La campaña contra la llamada “ideología de género” busca eliminar la palabra género del debate público para que no se hable de las mujeres como sujetos de derechos, ni se impulsen políticas públicas a favor de la igualdad entre mujeres y hombres (por eso sus proponentes locales atacan la Orden 33-2019 del Ministerio de Educación).
El argentino Agustín Laje, que estuvo recientemente en la República Dominicana invitado por una organización católica, propaga que todos somos iguales ante la ley, y, por tanto, no hay que hablar de igualdad de género. El resultado de esta línea de pensamiento es que las mujeres quedan a expensas de una igualdad ante la ley que no se concretiza en igualdad real de derechos y resultados.
Las religiones tienen montada una campaña internacional con lobistas, influenciadores mediáticos, predicadores, y políticos para que los hombres sigan mandando y las mujeres obedeciendo. ¿Es justo?
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