«No pensé que en el día de hoy podía estar aquí conversando con hombres y mujeres que durante 580 días gritaron por la libertad de Lula. No importa si llovía o había 40 grados, ustedes eran el alimento de la democracia que precisaba para resistir», palabras de agradecimiento con las que Luiz Inácio Lula da Silva saludó a la muchedumbre que acudió jubilosa a celebrar su libertad, después de un ignominioso calvario de 18 meses en prisión, que aún no concluye.
Nadie está por encima de la ley, cualquier ex mandatario o líder importante puede ser objeto de investigación, pero lo que se ha llevado a cabo contra Lula da Silva, ha sido una burda intentona de fusilamiento moral y político, que tarde o temprano repercutirá en contra de los que la articularon.
Uno de los expedientes por lo que ha recibido condena es el de la propiedad de un inmueble de playa, cuyo título de propiedad no está a nombre suyo, ni de un familiar ni de un testaferro, la prueba de propiedad es que había pernoctado en ese lugar junto a su esposa, fenecida de cáncer en medio de todo este circo.
El apartamento era de la pareja porque el presidente de la empresa OAS, objeto de investigación del caso Lava Jato en delación premiada dijo que las reformas de que fue objeto el inmueble se hicieron para Lula, pero el caso es que el inmueble permanecía como parte del patrimonio de esa firma.
En ninguna parte donde haya una justicia respetable a nadie se le puede condenar por una supuesta titularidad que no puede ser probada, a menos que no se quisiera hacer, lo que Sergio Moro estaba encargado de lograr: sacar a Lula da Silva del juego político para evitar que ganara las elecciones presidenciales.
Por eso se atropellaron sus derechos de defensa y se filtraron todas las pesquisas de las que fue objeto.
El objetivo se consumó y Lula en vez de regresar a la presidencia de la República como proyectaban las encuestas fue encarcelado, pasando por la terrible pena de recibir en el encierro noticias como la del fallecimiento de su esposa, su hermano mayor y un nieto al que adoraba con locura.
Importante es que ante tantos embates no perdió la cordura ni perturbó la paz social y política de Brasil,con su arraigo en las masas.
Es cierto que su libertad no es obsolución, que lo que ha hecho la Corte Suprema es romper con el absurdo de que una persona empieze a cumplir condena sin sentencia definitiva, pero el panorama con el que ahora se seguirán los casos que tiene pendientes y la instancias últimas de apelación, transcurrirán en un ambiente más racional.
Entre sus seguidores siempre estuvo firme la creencia de que era objeto de criminalización política, cosa que ahora sabe también la inmensa mayoría de la sociedad brasileña.
El contexto político también le resulta favorable, porque como gobernante no fue planfletero ni un promotor de división y polarización social, por el contrario articuló con todos los sectores y sin ningún resentimiento políticas de desarrollo e inclusión que en su momento lo hicieron valorar como el mandatario más popular del mundo.
Ojalá use toda la autoridad y popularidad con la que vuelve a las calles, para propiciar el relevo político que relance a Brasil y lo retorne al club de las grandes economías del mundo.
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