¿Qué puede pasar por la mente de una persona encarcelada siquiera un día por ser pobre sin dolientes o negro sin abolengo; o por capricho o cruel displicencia de una autoridad envanecida?
No creo que sienta agradecimiento por la sociedad que le ha parido. Ni que le desee los mejores parabienes a quienes le empujaron al calabozo y escondieron las llaves, a menos que sea la reencarnación de la Madre Teresa.
Pese a ello, en pleno siglo XXI, las celdas no son solo para delincuentes en muchas partes de este mundo cruel, sino también para los inocentes. Y República Dominicana no es excepción.
Tras dos años y un mes de penurias en dos ergástulas inmundas, como La Victoria y Najayo, el joven provinciano Julio Mercedes Brito ha sido declarado no culpable de complicidad con el tráfico de drogas y porte y tenencia ilegal de armas de fuego. Había sido condenado en primera instancia cuando le atribuyeron la propiedad de una camioneta donde las autoridades detectaron armas relacionadas al archifamoso caso del capo puertorriqueño Figueroa Agosto.
Él relató a “El informe”, de SIN, su más dolorosa experiencia. Lo tiraron como un cualquiera al área llamada “El hospital” de La Victoria, una zona hostil no apta para humanos. 117 presos, como gallos en rejones, y un solo baño, sin sanitario. Expresa que no guarda resentimiento al Ministerio Público, organismo que se negó a recibir las pruebas de su inocencia. Solo vio la cara de su madre una vez, cuando ya no pudo más. Confiesa que aprendió a valorar la libertad y a identificar a los verdaderos amigos. Igual que aprendió mucho de la gran solidaridad de la caterva de hijos de Machepa abandonados a su suerte en el último infierno que le tocó sufrir, Najayo, solo por carecer de recursos, como él.
Entendería esto si gobernara al país el draconiano Balaguer de los sesenta y setenta del siglo XX. No así el demócrata Leonel Fernández, un hombre con historia profesional de defensa a los derechos humanos.
Cuando Balaguer, cualquier autoridad mandaba como un bólido hacia la “chirola” a cuantas personas pensaran diferente al régimen, si antes la Policía no las mataba o les tumbaba los dientes y le quebraban los huesos, como al bien parecido de Miguel Cuesta, víctima de la intolerancia oficialista de los 70 en la provincia Pedernales, frontera con Haití. O como un pariente cercano a quien una autoridad local le advirtió que no protestara, salvo que quisiera caer en un “gancho” y pudrirse en la cárcel. Y como el pariente no le escuchó, la autoridad gestionó que policías lo apresaran, junto a otros políticamente desafectos el gobierno, y en un traslado subrepticio hacia la capital, trataron de ponerle drogas. Cuando Balaguer no era raro que un joven fuera agredido a batazos solo por declararse estudiante de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Pero en estos tiempos de Leonel no debería suceder nada ni parecido a tales abusos. Y si ocurriera, la autoridad responsable debería recibir la sanción correspondiente.
Muchas veces nos preguntamos el porqué de tanto terrorismo reprochable; tantas locuras de estudiantes en colegios y escuelas públicas; tantos antisociales casados con la violencia; tanto odio en el mundo… He ahí una de las causas, aunque Julio Mercedes Brito, el joven que ha acaba de sufrir una cárcel injusta durante 49 meses, ha contado una historia tan hermosa y triste sobre su vida de prisionero y su actitud cristiana frente a los culpables de su desgracia, que ni le creo, pero le felicito por ser tan maduro, mucho más maduro que yo.
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