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Al verla entrar por el hospital regional Juan Pablo Pina, parece que la panza la lleva a ella, y no ella a la panza. Carmencita, seudónimo, diminuta y anémica es una niña de 11 años embarazada. Una más de las 71 niñas menores de 14 años gestantes, según afirma el director del Miguel Ángel Geraldino.
Una niña embarazada es una violación sexual. En noventa días, mil 811 niñas y adolescente preñadas, todas menores de edad, en solo un hospital del país, es una brutal masacre con la complicidad del poder y de la cúpula de la iglesia.
El embarazo a temprana edad es un problema social que termina en un problema de salud; es una expresión de la desigualdad.
Como la mitad de los habitantes de esta media isla, las niñas y adolescentes que llevan a término un embarazo, son pobres. No tienen acceso a métodos anticonceptivos, ni a educación sexual.
Las menores de edad no tiene capacidad legal para decidir tener relaciones sexuales. Todo acto sexual, incluso sin tocarlas, con una persona menor de 18 años cometido por un adulto, cinco años mayor, es considerado un abuso sexual. La justicia no se da por enterada, parecería que faltan más casos.
La medicina se basa en evidencia. Los embarazos se evitan con métodos anticonceptivos. Las autoridades insisten en despilfarras recursos promoviendo la abstinencia sexual y la posposición del inicio de la vida sexual. Su ineficiencia no puede ser mas evidente.
En Estados Unidos lograron reducir de forma drástica el embarazo en adolescentes hispanas con campañas de información sobre educación sexual, acceso a métodos anticonceptivos y derecho al aborto seguro.
Las estrategias de nuestras autoridades están condenadas al fracaso. La educación sexual es un verdadero privilegio de la burguesía. Las farmacias populares, PromeseCal no ofrecen anticonceptivos, no los consideran un medicamento esencial. Los condones no son para los pobres.
En nuestro país, los programas de embarazo en adolescentes incluyen: consultorios separadas de las embarazadas adultas, suministro de acido fólico y sulfato ferroso; si tiene suerte y hay cámaras cerca, le entregan canastillas y son motivadas a recibir cursos de costura, repostería y computadora entre otros.
Mientras los programas de embarazo en adolescentes no puedan contradecir los mandamientos de la iglesia, que muchos obispos no obedecen, las niñas y adolescentes pobres continuarán hipotecando su vida, anclándose en la pobreza, o en la morgue.
Carmencita, con 11 años, embarazada y expulsada de la escuela, igual que las miles de niñas embarazadas, si tiene suerte, cuenta con las dádivas (con los recursos del erario público) que las buenas almas tienen para ella.
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