A petición popular

El riesgo país de República Dominicana no mejora su calidad –para atraer inversiones y emitir deuda con los menores costos financieros posibles- debido a los problemas de carácter institucional que no acabamos de resolver y que hacen de los distintos gobiernos, sin importar bandería política, más de lo mismo.

Si analizamos con sentido histórico los informes sobre competitividad del Foro Económico Mundial tomando los datos correspondientes a este país- nos daremos cuenta que son, justamente, las falencias institucionales las que nos impiden un mayor posicionamiento general.

De hecho, aunque hallamos aspectos  con notable mejoría, como el sistema bancario, infraestructura aeroportuaria y facilitaciones para movimientos de pasajeros, el déficit institucional nos arrastra hacia el fondo del ranking.

Si la Junta Monetaria ordena la disolución de la Asociación Maguana de Ahorros y Préstamos –después de un largo y riguroso proceso técnico- no entiendo cómo una decisión del presidente de la República revierte el caso, para iniciar una suerte de salvataje que culminaría con esa entidad convertida en banco múltiple.

¿Qué señales estamos dando?  ¿Los asuntos regulatorios en manos de organismos autónomos y que, se supone, actúan en base a criterios técnicos y no políticos, tienen su alfa y omega en el Palacio?

Cuando concateno esta incomprensible medida –evidentemente de corte  populista, clientelar, y en la que influyen las colindancias familiares- con otras decisiones del gobernante, la tendencia es para alarmarse, sobre todo en mi caso que lucho por no perder la capacidad de asombro.

El impuesto a la circulación de vehículos –para nada agradable, pero contenido en una ley- fue aplazado a petición popular. Un cambio en la tarifa eléctrica a las residencias, dictado por el órgano competente, se echa para atrás tan sólo con una llamada telefónica presidencial.

Para muchos –cortos de visión- este comportamiento merece aplausos porque proyecta a un presidente que escucha. Están errados y mañana podrían llorar sangre por la destrucción a un nivel más profundo de las instituciones.