Cincuenta y siete años de contrarrevolución imperialista es demasiado. Las garras que impidieron aquella hermosa revolución democrática-popular siguen clavadas en el alma nacional, generando una sociedad profundamente enferma y urgentemente necesitada de un cambio radical.
No fue accidental impedir el poder de los comandos, desplazar los gobiernos de Bosch y Caamaño, anular la Constitución de 1963 e imponer las de 1966 y 2010. EE.UU, el imperio más poderoso y más terrorista de la historia moderna, aplastó con esos fines nuestra autodeterminación.
La Nación, sus seres humanos, su patrimonio, su cultura… han sido asaltadas por una asociación perversa entre ese imperio, la plutocracia criolla y transnacional, y la partidocracia sumisa a esos intereses espurios; negando democracia e imponiendo un modelo neoliberal integralmente depredador y empobrecedor.
Por periodos, en estos 57 años, solo ha variado la correlación entre algunos componentes de la dominación basada en el saqueo, la sobre-explotación del gran capital, el tipo de agentes de la corrupción y las diversas expresiones de acumular fortuna y robarse el Estado y el territorio. Recién hemos pasado del reinado de 20 años de la corruptela morada y sus oligarcas preferidos, a la monarquía absoluta de la corrupción empresarial del capital.
La modalidad empresarial de la corrupción porta el sello de las privatizaciones vía APP, Fideicomisos, concesiones mineras y asalto privatizador del Estado y del patrimonio natural por las elites capitalistas; ahora como marca de esta gobernación de colonia presidida por Abinader y tutelada por el Grupo Vicini y su CONEP. La impunidad cambió de dueño y el “cambio” no ha pasado de ser una gran farsa en la que abundan vacas sagradas del CONEP, del generalato, la narco-política, el leonelismo y el sistema de partido.
Esto es peor que el producto del golpe de Estado del 63. Es la invasión conservadora desplegada durante más de medio siglo por los referidos factores de poder que pudren todo: comunicación, cultura, partidos, elecciones, leyes, ambiente, constitución, tribunales, política exterior, asistencialismos, publicidad…
Como antes de aquel Abril heroico, esto es cuestión de calle y propuesta transformadora. De calle y Proceso Constituyente. De calle contra la funesta megaminería, por el agua y por la vida, la seguridad social digna, las tres causales y los derechos de la mujer y el fin de la impunidad sin corruptos preferidos; y, sobre todo, por una Constituyente Popular y Soberana que lo cambie todo.
Y esto prosigue en grande mañana lunes, con la huelga del Cibao, bien merecida por un gobierno fantoche, que decidió volcar sobre las espaldas del pueblo esta crisis insoportable.
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