Nueva York.- El metano está en boca de todos. Durante la COP28, que se clausura esta semana en Dubái, se han anunciado multitud de iniciativas para reducir las emisiones de este gas de efecto invernadero, tanto por parte de gobiernos como de bancos de desarrollo y hasta compañías petroleras.
Pero algunos grupos medioambientales advierten de que centrarse exclusivamente en el metano, que se degrada en la atmósfera mucho más rápido que el dióxido de carbono, solo sirve para desviar la atención de la principal causa del cambio climático, que es la dependencia de los combustibles fósiles
La realidad, como suele suceder en estos casos, es algo más compleja, y no excluye ninguna de las dos perspectivas.
¿Más peligroso que el dióxido de carbono?
El metano «es 80 veces más peligroso que el dióxido de carbono a la hora de calentar el planeta», explicaba hace unos días el Banco Mundial al anunciar una serie de programas para mitigar sus efectos.
Esto es cierto cuando nos referimos a un período de veinte años. Si aumentamos esa ventana a cien años, su potencial se reduce (aunque todavía sigue siendo alrededor de 20 veces más potente que el dióxido de carbono).
Si se toma en cuenta el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, estas cifras «no son en absoluto triviales», explica a EFE el profesor de estudios medioambientales de la Universidad de Nueva York (NYU) Matthew Hayek.
Por otro lado, si existiera una iniciativa extendida y global para reducir el metano en la atmósfera, su concentración se reduciría, lo que podría revertir la tendencia y contribuir a enfriar el planeta.
«Hacer frente al metano ahora es una oportunidad enorme para reducir el calentamiento», señala Hayek, para quien la cuestión no es tanto luchar contra el metano o luchar contra el dióxido de carbono, sino contra ambos a la vez.
«No hay otra estrategia»
Para Stefania Abakerli, especialista sénior en cambio climático del Banco Mundial, reducir las emisiones de metano es la única estrategia posible para encauzar la lucha contra la crisis climática.
«Atajar (el metano) nos lleva a lo que creemos es la estrategia más rápida y efectiva para devolvernos al buen camino», explica Abakerli en una entrevista.
La experta señala que si el mundo lograse reducir un 30 % sus emisiones de metano para 2030, se podría bajar la temperatura global 0,2 grados Celsius, algo «esencial» para recuperar el objetivo a largo plazo de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados.
Pero, avisa, esto tiene que ir unido a un proceso de descarbonización. «No es o lo uno o lo otro», explica.
Siendo un banco de desarrollo, el Banco Mundial pone el énfasis en la financiación. Su oficina trata de incentivar mejoras en los sistemas de gestión de residuos (una de las grandes fuentes de metano) o en la agricultura, especialmente en los países en vías de desarrollo.
En Vietnam, el organismo lidera un proyecto de transformación de los arrozales que está teniendo un gran éxito, ya que aumenta la producción mientras reduce las emisiones de metano, y que están extendiendo a otras partes del país.
Recursos limitados
Si reducir las emisiones de metano es tan importante, ¿por qué entonces la polémica? Una respuesta es que desvía la atención de los combustibles fósiles, los principales causantes del calentamiento global y foco de la gran mayoría de las discusiones durante la COP28.
«Hay una cantidad limitada de tiempo, energía y recursos que tiene la gente», dice el profesor de ingeniería química en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) Marco Castaldi, quien teme que, al estar constantemente cambiando el mensaje, cambie también la percepción del público sobre los peligros.
Castaldi tiene claro que el metano, por su capacidad para contribuir al calentamiento global, podría llegar a ser más peligroso que el dióxido de carbono, pero también recuerda que, a día de hoy, su concentración en la atmósfera es muy inferior.
La solución, argumenta el investigador, pasa por adoptar un enfoque más holístico. «Hace falta una conciencia pública sobre los elementos problemáticos que afectan al entorno», sea la gestión de residuos, el consumo de carne, o la dependencia de los combustibles fósiles.
Pero, sobre todo, los gobiernos y las instituciones deben ser consecuentes en sus esfuerzos y no centrarse en una cosa cada vez. «El enfoque debe ser continuo», sentencia.