REDACCION.- Los casos espeluznantes de acido del diablo habían disminuido, por lo menos públicamente, a su mínima expresión en los últimos años. Pero el más reciente, el de Yocairi Amarante, nos recuerda que sigue siendo una realidad que no tiene comparación y que es matar a una persona en vida.
El hecho contra Yocairi de 19 años de edad, llegó precedido de otros actos que deberían haber servido de alerta. La madre narró que la pareja sentimental de su hija, Willy Antonio Javier Montero, señalado como el autor intelectual, sedujo a la joven cuando tenía apenas 14 años y que durante su convivencia la violentaba psicológicamente. También afirmó que hubo amenazas de muerte en varias ocasiones.
Ese fue el preludio del vil acto de rociar a esta joven con “acido del diablo” dejándola entre la vida y la muerte, con más del 40 por ciento de su cuerpo quemado y apunto de perder su visión.
Lo inconcebible es el costo que tiene esta maldad. Aunque las autoridades dicen el precio pactado por llevar a cabo los hechos era 25 mil pesos, Javier Montero solo dio un adelanto de 3,500 pesos. ¿Ese es el precio de una vida? Me gustaría preguntarle cara a cara a los otros dos detenidos que cumplieron con la tarea sin temblarle el pulso y que a todas luces carecen de conciencia alguna.
La también madre de una menor de dos años, en el mejor de los casos, pasará el resto de sus días desfigurada y con el dolor emocional como recordatorio constante de la tragedia.
En estos casos es en los que ni por asomo me atrevería a desempeñarme como jueza porque no creo podría ser imparcial como lo requiere la investidura. No hay palabras para describir la impotencia como mujer, como ciudadana, como periodista que ha entrevistado a víctimas de esta misma sustancia utilizada para actos cercanos a la barbarie.
¿Qué estamos haciendo equivocadamente? Vale la pena cuestionarnos como sociedad, sobre la existencia de estos casos y como seres humanos llegan a concebir y llevar a cabo semejante atrocidad.