Luiz Inacio Lula da Silva, no está exento de ser colocado tras los barrotes de una prisión por haber cometido un crimen de lesa humanidad: promover la pujanza de la economía brasileña. Un fiscal anticorrupción cita como prueba de pecado unas conferencias dictadas por el expresidente en Venezuela, Cuba, Gana y República Dominicana, invitado por la constructora Odebrecht.
Tuve el honor de saludarle y de compartir con él, el 1 de febrero del 2013, cuando estuvo en nuestro país. Hacían tres años que había dejado el poder y lo que nos contó en un almuerzo incrementó la simpatía que le profesaba: no tenía planes de postularse de nuevo a la presidencia, había agotado dos periodos muy fructíferos y los países les beneficia la renovación del liderazgo.
Su gestión sorprendió a todos los que pensaban que la presidencia de Brasil era mucho para un hombre de orígenes muy pobres y sin formación académica, pero pronto los ricos les expresaban las mismas satisfacciones que los más pobres, porque todos sintieron que les iba mejor, aunque sin duda su énfasis fue redistribuido: 30 millones de excluidos se redescubrieron como personas con derecho al progreso, aparecieron 20 millones de puestos de trabajo para gente sin ocupación, y el salario para los que llegaron y para los que estaban laborando creció en un 53%.
De esas cosas habló en Santo Domingo, así como de un planteamiento que le hizo a la segunda gran economía latinoamericana, que es la de México: “Miremos hacia la región, asumamos el liderazgo en el financiamiento de sus programas de desarrollo, y seguiremos sacándola de la pobreza”.
Pero el hombre que vino a enseñarnos que la pobreza no era una condena externa, que gobierno y sector privado trabajando de la mano la podían vencer, se le acusa de haber venido a colocar financiamientos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES), para obras de empresas brasileñas.
Si el BNDES es un instrumento de apalancamiento de las exportaciones brasileñas, no sería pecado que un expresidente lo promoviera, porque lo que hace es gestionar divisas para su país y empleos para su gente, pero ni esa entidad ni la Odebrecht requerían de esos servicios, para acreditarse en un mercado en el que han estado de manera ininterrumpida por quince años, de los que llevaban doce cuando se produjo esa conferencia.
Lula no está acusado de enriquecimiento ilícito y mal podría haber servido su visita para influir en una licitación internacional dirigida por una firma norteamericana, que fue la que estableció los términos de referencia y condujo todo el proceso del concurso de las plantas a carbón de Punta Catalina, que es hacia donde se dirige la acusación.
A la República Dominicana vino el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden a una conferencia en la que opinó sobre el tema de la generación energética, por la inclinación que tiene su país hacia el gas natural, y ni le han hecho ni le harán un expediente por promover los intereses comerciales de su país.
El pecado de Lula fue otro, el de dejarse persuadir por la idea de un regreso, a parir de ahí le han caído todos los palitos encima, pero tratando de anularlo a él se le está haciendo un daño terrible al país, porque se está proyectando como un pecado aprovechar las facilidades crediticias y el prestigio de las grandes empresas de ese país.