Mediante su recurrente publicidad mediática como parte de un programa de 400 millones de pesos, la Alcaldía Santo Domingo Este (ASDE) ha declarado la muerte de la obsolescencia en la recolección y disposición de la basura en el municipio.
Sería maravilloso para la salud de la comunidad si esto fuera cierto. Pero un indeseado naufragio se vislumbra un año después del pomposo anuncio, según el cual “se resolverá de manera definitiva el problema… y se colocará (al municipio) a la altura de las grandes capitales del mundo en materia de recolección de desperdicios”.
Los hechos no se corresponden, hasta ahora, con el relumbrón de la retórica publicitaria.
Uno de los actores grita: “Ahí viene el camión, ahí viene el camión”. A renglón seguido pretende explicar que pasó el tiempo de la llegada inesperada de camiones recolectores viejos que cruzaban como bólido provocando el vocerío en los vecindarios. Los demás histriones representan la perfección del nuevo sistema.
Resulta que lo viejo no es malo per se. Y un ejemplo contundente es el caso referido.
La experiencia que vivo en Bello Campo y demás sectores por donde circulo a diario, varias veces, no me deja ni una pizca de duda: los camiones robots y contenedores de la modernidad han servido menos que los cacharros dirigidos por hombres andrajosos.
Cierto lo de los viejos recolectores. Sin embargo, en los residenciales que conozco, nadie sacaba la basura a las calles hasta su llegada. Por tanto, no había vertederos improvisados. Con los nuevos equipos, en cambio, las autoridades han creado frente a viviendas privadas centros de transferencia de basura pestilente.
El alcalde Juan de los Santos había anunciado con algarabía la compra a la empresa chilena OMB de 20 recolectores, tres camiones lavadores y 1,900 contenedores “para ser vaciados por lo menos dos veces al día”.
Tales zafacones fueron colocados al garete, de manera arbitraria, como si fuesen adornos navideños. Y, no conforme con eso, el servicio de recogida es peor que el antiguo, considerado muerto por las autoridades. Pasan cuando se recuerdan o si los llama algún vecino abrumado por el vaho o cuando un medio de comunicación publica una nota al respecto.
El único logro que hasta este minuto puede exhibir el costoso programa Limpieza Integral Automatizada (LIMPIA) es crear muchos basurales a las narices de casas ajenas y agitar conflictos, antes inexistentes, entre vecinos. Todos ellos se desprenden de sus residuos que antes guardaban en sus patios, y los depositan en derredor de los cajones modernos hasta formar mares de basura que arruinan las vidas a otros. Que nadie se sorprenda si ese desorden avanza hacia riñas con resultados trágicos.
La situación es grave, pero corregible si existiera voluntad. Evaluar y resolver los entuertos es lo menos que debería hacer el ASDE con una inversión cercana a los 11 millones de dólares (400 millones de pesos) sacados de los bolsillos de los contribuyentes. Porque lo que se tapa con publicidad engañosa, politiquería, indiferencia y arrogancia, algún día rebrota, y cuesta más caro.
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