Quise escribir del gran privilegio que tiene este país con sus atardeceres y sus plenilunios…pero qué va. Intenté decirles lo que siento cada vez que Valentina, mi nieta de todos los días, me regala su sonrisa sin dientes…pero no pude. Traté de enfocar sobre la trágica capacidad de olvido de este pueblo…pero me fue imposible. Me propuse, como último recurso, reincidir en la práctica masoquista de llamar nuevamente a la toma de conciencia de nuestra “ciudadanía”…pero me di por vencido. (Es que se me atravesó Pedro Martínez en la conciencia, por lo que aplacé todo eso y hoy simplemente me siento alegre).
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