La política dominicana está llena de ejemplos de cómo hasta las peores malquerencias se suavizan con el tiempo y por las enredadísimas relaciones primarias que todo lo permean.
A fines de 1977, el embajador dominicano en España, Luis Amiama Tió, héroe sobreviviente de la gesta del 30 de Mayo, caminaba por una calle madrileña seguido sólo por su fiel asistente Santos, cuando se topetó de frente con el generalísimo Negro Trujillo.
En un fugaz instante, el peso de la historia se esfumó y don Luis le espetó al hermano preferido del sátrapa: “¡Oh, Negro! ¿Cómo estás? ¿Por qué no vas por la embajada a buscar tu pasaporte?”.
El sorprendido Trujillo, con sus saltones ojos inexpresivos, miró unos segundos larguísimos a Amiama, frunció el ceño y siguió caminando sin pronunciar palabra…
¿Qué habrá pasado por su mente? Esa noche al relatar lo ocurrido, Santos decía: “¿Y qué sabía yo quién era?”… Héctor Bienvenido Trujillo fue “presidente” dos veces; falleció en Miami de 94 años en 2002, 23 años después que don Luis.
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