El pasado viernes 24 de septiembre se cumplieron 51 años del vil asesinato del inolvidable compañero de lucha Amín Abel Hasbún.
Trayendo al presente algunas de las vivencias y valoraciones sobre las que escribí hace 10 años, he querido enriquecerlas y compartirlas, pensando en su valor para el hermoso y trascendente despertar de las nuevas generaciones y el enfrentamiento de los nuevos desafíos.
Amín fue acero y ternura desde el compromiso con la ciencia, la revolución y la emancipación de la humanidad.
Compromiso con la patria chica, con la patria grande y con la ejemplar pelea de sus ancestros palestinos.
Con el socialismo y el ideal comunista, y con sus utopías como sueños realizables.
Compromiso desde un ser bondadoso y un talento excepcional, intensamente cultivado.
Tierno en la amistad y en su condición humana.
Recio en sus convicciones revolucionarias.
Modesto y austero en lo personal, e inmensamente pródigo en el despliegue de audacia, arrojo y valor como ser social.
Nos conocimos en la niñez: en el quinto año del Colegio “La Salle”.
Amín era casi de mi edad: apenas me llevaba un mes.
Era el más pequeño, el número uno y el mejor estudiante del curso. El más integral de todos por el dominio sobresaliente de todas las disciplinas (incluido el dibujo, el inglés y el francés), extremadamente talentoso y con una capacidad de asimilación impresionante.
Amín era, además, el alumno más querido por profesores y condiscípulos. No recuerdo de nadie que hubiera tenido un pleito con él. Desde su niñez emanaba tranquilidad de espíritu, alegría apacible, camaradería sincera y, sobretodo, capacidad de amar a los suyos y a los demás.
Compartí con él en La Salle el mismo curso hasta graduarnos de bachilleres e ingresar a la Universidad de Santo Domingo a facultades distintas (Ingeniería él, Medicina yo), donde luego nos reencontramos más de cerca en los días de la joven Federación de Estudiantes Dominicano (FED), del combate por la Autonomía y el Fuero, del accionar de la Agrupación Política 14 de Junio en el seno de nuestra sociedad y en la universidad, de las simpatías por la naciente Revolución Cubana, del periódico y del grupo estudiantil FRAGUA, de nuestra participación en la dirección de la FED y de la primera oleada revolucionaria continental en la segunda mitad de siglo XX.
Amín era tremendamente discreto. Tenía magníficas condiciones de conspirador. En verdad, pese que ya entonces repudiamos la tiranía trujilllista y admirábamos secretamente la valentía de nuestro profesor de literatura, Rafael Augusto Sánchez (asesinado en la cárcel por Ramfis Trujillo y sus sabuesos, a raíz del ajusticiamiento del tirano), no le conocía vocación política mientras cursamos la secundaria.
Fue una grata sorpresa su irrupción pública en la militancia revolucionaria al inicio de la vida universitaria, destacándose como militante ejemplar del IJ4, “cuadro” de primera línea, estudiante “Suma Cum Laude” y dirigente del alto vuelo; siempre exhibiendo su espléndida modestia y su espíritu unitario, no muy comunes cuando comenzaron a desatarse las pasiones sectarias y las competencias inter-grupales.
En febrero de 1962 pasé a los filas del Partido Socialista Popular (PSP) impactado por las ideas de Marx, Engels y Lenin. Amín permaneció entonces en el 14 de junio. En la guerra de abril el PSP se transformó en Partido Comunista Dominicano (PCD).
Después de la guerra, Amín Abel se incorporó al MPD y pese a las contradicciones existentes entonces entre ambas organizaciones, nunca sentí que ellas afectaran la amistad, el cariño y el respeto que nos teníamos.
Amín siempre fue así: un ser humano sensible y generoso, un estudiante brillante, el primero de su promoción; y siempre fue un luchador ejemplar.
Encarnó aquella hermosa consigna: ¡Estudiar y Luchar!, tan necesaria su reivindicación en este periodo de lucha.
Militó en grande en las ideas del Manifiesto de Córdoba condensadas en la frase “reforma universitaria y revolución popular”, tan imperiosa que es retomarla en estos tiempos de nuevas rebeldías, luego de esta larga noche neoliberal y profusas claudicaciones de aquellos que se creyeron el cuento del “fin de la historia”.
El ejemplo de Amín Abel, en tales circunstancias, es un legado maravilloso que hay que proyectar en el presente y hacia el futuro.
Su libro
Entre ese legado está su libro “AMÉRICA LATINA BUSCA SU CAMINO” (466 aniversario de la UASD, Editora Universitaria); una obra que las nuevas generaciones deben estudiar y debatir.
A nivel continental se trata ahora de asumir el acervo científico universal conectado a nuestra historia, a nuestras culturas, a nuestras formaciones sociales y a su evolución, a las características de las imposiciones políticas, a los impactos devastadores de la colonización, el neocolonialismo y la recolonización neoliberal sobre nuestras sociedades.
Por eso, en tiempos de recientes efervescencia revolucionarias e irrupción de fuertes contingentes juveniles y pueblos empobrecidos a las nuevas luchas transformadoras de Nuestra América, especialmente en Chile, Honduras, Haití, Bolivia, Brasil, Argentina, Perú, México y Puerto Rico, he tenido muy presente a Amín, a Asdrúbal Domínguez y a Orlando Martínez, en tanto se destacaron asumiendo en forma inseparable una reforma educativa de profundo calado social y transformaciones nacionales, continentales y mundiales de profundos contenidos libertarios y socialistas.
Un recuerdo del que solo puede brotar alegría al constatar, que por encima de las vicisitudes pasadas y presentes, a contrapelo de ellas, aquella siembra ha procreado nuevos valores.
Las semillas germinaron en espigas y flores decididas a tomar el cielo por asalto… por encima de los verdugos que todavía insisten auspiciar privatizaciones, APPS, muros, látigos y represiones; y a contracorriente de aquellos empecinados en convertir la vida, la muerte, la salud, la educación, el suelo, el subsuelo y el agua en crueles negocios.
Aquellas semillas han germinado por encima de gobernantes perfumados y lacayos -prestos a acompañar invasiones para aplastar indignaciones- que si momentáneamente logran contenerlas, no hay manera de evitar que resuciten.
Amín, que nunca partió, convoca a las nuevas generaciones, en la medida de lo posible, a SER COMO ÉL.
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