La República Dominicana ha exhibido un crecimiento económico en los últimos años que ha ido a la par de un gran aumento de la deuda pública, y aunque el país se ha modernizado en múltiples aspectos como nuestras autoridades propagan con orgullo, cuando observamos los temas en discusión y el panorama político pareceríamos estar anclados en el pasado y ser como un cuerpo viejo que pretende fingir ser joven.
Que a casi seis décadas del derrocamiento de la dictadura y a más de cinco de las primeras elecciones libres luego de su caída, los herederos del líder que encarnó la vuelta a la democracia hayan sometido y pretendan seguir sometiendo al país a una descarnada y costosa lucha que es un tira y hala por retener o volver a tener el poder, es una penosa muestra de que en el fondo no hemos realmente avanzado.
Una de las cosas que más daño ha hecho a nuestra sociedad es inundarla de un sentimiento de derrotismo que se refleja en todas las encuestas, pues si bien la mayoría de la población entiende que la Constitución debe ser respetada y que no debe modificarse en beneficio de una persona en particular, al mismo tiempo malos ejemplos del pasado la hacen pensar que esto podría suceder, lo que explica porqué no solo existen altos niveles de desconfianza en las instituciones del Estado sino también porqué tantos sectores y personas en nuestro país se resisten a acatar la ley, pues el mensaje que se recibe desde arriba es que las reglas del juego solo son reglas mientras convengan.
A esto se agrega que en un país en el que todavía cualquier problema para solucionarse necesita del empuje del presidente y con un modelo clientelar y asistencialista, la opinión de la gente y la suerte de las cosas está influenciada por lo que será su decisión, pues muchos están dispuestos a colgar los principios en el clóset con tal de no perder la ventajosa conexión con los círculos del poder.
Todo lo que ha sucedido y está sucediendo en la arena política desde hace tiempo está marcado por esta lucha a lo interno del partido oficial, por eso el ríspido debate sobre unas primarias abiertas que afortunadamente no pudieron imponerse como obligatorias, las peligrosas injerencias en el poder judicial y los bochornosos mensajes de los acólitos de ambos bandos, clamando loas y erigiendo en mesías insustituible a su líder unos, e intentando los otros volver a instaurar en el poder por cuarta vez a su líder, reescribiendo oscuros capítulos de nuestra historia.
La Constitución no solo es clara en su mandato, sino que la misma consagró en el 2015 lo que la mayoría de turno proclamó como el mejor sistema, aunque para poder lograr su objetivo no pudieron cerrar la brecha para los dos expresidentes vivos, por lo que debería ser acatada no solo cabalmente sino gustosamente por sus propulsores.
Resistirse a este mandato y continuar tejiendo nubes de dudas en una sociedad que hace tiempo perdió la confianza en las instituciones del Estado, no solo es debilitar nuestra frágil institucionalidad sino provocar un reprochable derroche de recursos como el que estamos viendo, y mantener castradas las posibilidades de relevo a lo interno y lo externo del partido oficial.
Ojalá que queden atrás todos los servidores del pasado que pretenden brindarse en copas nuevas, pues no es cierto que la suerte de ningún país dependa exclusivamente de determinadas personas y lo que es inaceptable es que los intereses de unos cuantos primen sobre los de la Nación. Respetar nuestra Constitución es lo único que nos permitirá madurar políticamente y que garantizará que los escasos pasos que hemos dado hacia adelante como país, no se conviertan en muchos pasos hacia atrás.