El diario donde me formé tenía unos cronopios de carne y hueso inolvidables. Reporteros que inventaban entrevistas, reportes de precios inexistentes en mercados, notas deportivas hechas oyendo la radio, crónicas sociales de actividades canceladas… Un reportero que cometió innumerables errores en una nota sobre un fuego fue encargado de enmendar por solicitud de los Bomberos. ¡Al día siguiente desmintieron su aclaración!
La naturaleza humana es tal que increíblemente encontré en un artículo de una revista estadounidense una anécdota casi idéntica a lo ocurrido hace casi medio siglo con un colega a quien el jefe de redacción envió a un remoto paraje del Cibao a entrevistar a un anciano de 109 años.
Su salud y longevidad serían objeto de un reportaje. Ese día cumplía 110 años. Quizás por su vida sana, caminando entre montañas, lucía como si tuviera 65. El reportero preguntó: “Don Joaquín, ¿cuál es su secreto para vivir tanto y lucir tan joven?”. El anciano respondió: “Nunca discuto con idiotas”. El reportero ripostó: “¡Imposible! ¡Eso no puede ser!”. El entrevistado sonrió. Y dijo, “muy bien, jovencito, como usted diga”.