Se nos va un ángel, muere Angelita. Tiene apenas diez años, se debate entre la vida y la muerte. Estaba en la sala de cuidados intensivos del Hospital Regional de San Cristóbal, y fue sacada a escondidas, por la puerta de atrás del hospital Juan Pablo Pina, para evitar el contacto con la prensa. Temen a que la indignación se extienda en la población si conocen detalles de esta maldad.
Angelita nació mujer, y ese simple hecho la puso en riesgo. No buscó un embarazo, no provocó, ni sedujo a nadie; un sinvergüenza limpió su sable en su pequeño y desnutrido cuerpo. Angelita ha sido violada, quizás de forma reiterativa desde los nueve años.
Angelita cursa los primeros meses de gestación. Es asistida por los galenos quienes afirman que la atienden de manera especial a fin de poder llevar a feliz termino el embarazo. No soy capaz de entender como un médico puede considerar el embarazo en una niña de diez años como una fuente de felicidad.
Una niña es una niña. Con diez años de vida, la biología no ha provisto su cuerpo de los nutrientes, ni fuerza necesaria para cargar en su vientre, por cuarenta semanas el producto de la concepción, en este caso, de una violación.
Angelita tiene todas las posibilidades de desarrollar hipertensión en el embarazo e incluso terminar con frenesí o eclampsia. Pasaría a abultar las cifras de mortalidad materna. La hipertensión del embarazo es la principal causas de muerte en embarazadas. Para evitar está complicación es imprescindible desembarazarla.
Las autoridades del hospital son respetuosas, han decido utilizar los criterios de confidencialidad que establece la ley, en cuanto a la no revelación de las circunstancias que envuelven el hecho. Parecería que al violador hay que protegerlo. Lo que no hace el hospital es prevenir los embarazos subsecuentes, con métodos anticonceptivos, de niñas y adolescentes que asisten al hospital. Salen del Juan Pablo Pina a la buena de Dios.
Con la bendición de las cúpulas de las iglesias, la complicidad de los poderes del estado, de los grupos de médicos y maestros y del silencio de la población, el embarazo a temprana edad es una epidemia en nuestro país. Cerca de 30 de cada 100 adolescentes están o han estado embarazadas.
Las condiciones de pobreza en que vive la familia la lleva a entender que las dádivas de las buenas madres y la esperanza del paraíso prometido, eso si, en la próxima vida son sus aliados. No saben que el estado es responsable de su salud.
Es una crueldad someter a una niña de diez años a la tortura de cargar por nueve meses con un embarazo, con el riesgo de terminar en la morgue, como Esperancita y muchas otras, solo para complacer unos inhumanos.
De algo estoy segura, si Angelita fuera hija de los médicos que la atienden, hoy no estaría embarazada, le habrían hecho un aborto. La vida de Angelita corre peligro porque es pobre, una más de las hijas de nadie.