Aunque estos días navideños debían tener, por su sentido esencialmente cristiano, un disfrute inclinado a la serena reflexión y al recogimiento familiar, es innegable que han devenido en un asueto de festividad y celebración en que poco cuenta la parte espiritual.
Esta tendencia no es nueva pero se ha ido afianzando con el paso del tiempo, sobre todo en las nuevas generaciones, influidas por el hedonismo y un enfoque estrictamente placentero y particular de la vida.
Sin pretender revertir de algún modo esta práctica, porque sería algo así como una inútil lucha contra los molinos de viento de la historia social, lo que se impone como predicamento razonable y de beneficio colectivo es instar al disfrute moderado para evitar accidentes y desgracias personales.
Es legítimo compartir con familiares y amigos, porque después de todo éste debería ser uno de los objetivos básicos de este período en que se deben renovar y fortalecer vínculos de amor, afectos y de solidaridad.
Pero las celebraciones deben realizarse con la prudencia requerida para evitar excesos y situaciones que pongan en peligro la seguridad y la vida propia y de los demás, que se ven expuestos a ser víctimas de un irracional desenfreno.
Como despliegue característico al final de cada año, las autoridades han puesto en marcha un amplio operativo de prevención, pero su alcance y efectividad dependerá en gran medida de la colaboración de los actores, que en este caso son los ciudadanos en todos los estamentos de la sociedad.
En SIN hacemos votos para que estos feriados navideños transcurran en tranquilidad segura y afectiva, sin imprudencias, rencillas o actos de temeridad que puedan provocar muerte, dolor y sufrimientos a la familia dominicana.
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