La columna de Miguel Guerrero
Cuando leí lo dicho por el obispo de La Vega y el texto de veinte senadores oponiéndose sin base científica comprobable a la explotación de Loma Miranda, me pregunté si no estaríamos en presencia y cediendo a las presiones de un creciente fundamentalismo ambiental, lo que podría cercenar de cuajo nuestras posibilidades de desarrollo a través de una actividad minera racional y amigable con la naturaleza, como ya lo han logrado muchos países.
Consciente del fusilamiento moral a que me exponía, recurrí a Twitter para expresar en el estrecho espacio permitido, la preocupación que este tsunami de opinión desfavorable podría estar generando en vastos sectores de la sociedad que por lo general callan sus criterios para no verse envueltos en controversias, perdiendo así espacios vitales irrecuperables. Errores de silencios que luego se pagan a un alto precio.
Si razones ambientales impiden la explotación de Loma Miranda, escribí en Twitter, cómo justificaría entonces el gobierno la carretera Cibao-Sur, su más grande proyecto. ¿Cuál sería la suerte del comercio de Bonao y sus alrededores, si su más grande fuente de empleo se cierra por negársele ese permiso?, pregunté casi para mí mismo. Y, lo que es más importante todavía, ¿qué pasaría con las ocho mil familias que dependen en Bonao de esa empresa, con el Club y sus facilidades, con los servicios del barrio donde residen cientos de familias de clase media, con el colegio bilingüe, donde familias de toda la región han educado a sus hijos bajo un sistema de enseñanza del más alto nivel de calidad?
Estas inquietudes no deberían quedar al margen de la discusión, porque en realidad es perfectamente factible realizar una sana explotación minera, sin poner en peligro el equilibrio ecológico de una zona y en muchos casos esa explotación puede ser garantía del cuidado de su flora y fauna.