El destino del mundo se juega en Ucrania. Si Rusia triunfa, se propulsarán y legitimarán nuevas agresiones de las potencias globales y regionales del mundo, haciendo triunfar la ley del más fuerte sobre el derecho internacional, con el descarado aplauso de las fuerzas reaccionarias mundiales constituidas por la extrema derecha y la izquierda putinófila. Si Ucrania logra expulsar a los invasores militares rusos de su territorio, ello debería ser alabado por fuerzas antiimperialistas que, desde el inicio de la invasión rusa, debieron haber exigido el retiro inmediato e incondicional de los agresores y el respeto al derecho a la integridad territorial, a la soberanía y a la autodeterminación democrática de Ucrania.
Pero eso es mucho pedir para gran parte de una izquierda -y de una derecha-, especialmente latinoamericana, cuyo antiimperialismo es adaptado a las necesidades de una ideología antiestadounidense y anticapitalista, nutrida por el innegable hecho geopolítico de estar América Latina tan lejos de Dios y tan cerca de unos Estados Unidos que, desde la Doctrina Monroe en 1823, procuran un orden interamericano sujeto a sus intereses particulares, aunque hoy no presten mucho caso a la región.
Fue fácil para ese antiimperialismo rechazar en 1965 la intervención militar de los Estados Unidos en la República Dominicana. Sin embargo, ello no impidió a la OEA avalar y legitimar esa intervención, apenas con el rechazo de México, Uruguay, Ecuador, Perú y Chile. En la ONU, el representante soviético, Nikolai Fedorenko cuestionó la intervención y acusó a Estados Unidos de violar el derecho internacional, exigiéndole retirar sus tropas. Las denuncias soviéticas fueron apoyadas solo por los representantes de Cuba y Uruguay.
Peor aún, en 2016, la OEA se negó, como propuso el gobierno dominicano, a “expresar al pueblo dominicano su pesar por haber respaldado, en 1965, la invasión de su territorio y el atropello de su soberanía” y “pedir disculpas por el error histórico cometido y a la vez condolerse por las víctimas ocasionadas”, y tan solo aprobó una vacua resolución limitándose a mencionar a “los acontecimientos de abril de 1965”, a “lamentar la pérdida de vidas humanas”, y a “desagraviar al pueblo dominicano por las acciones de abril de 1965 que interrumpieron el proceso de restablecimiento del orden constitucional en la República Dominicana”, sin referirse a la “intervención” e “invasión” estadounidense y solo hablando de simples “acontecimientos” y “acciones”.
La Cuba y el Fidel Castro que criticaron la intervención militar estadounidense en la República Dominicana fueron los mismos que apoyaron la invasión el 20 de agosto de 1968 de más de 250 mil efectivos militares de 20 divisiones del Pacto de Varsovia, liderados por la Unión Soviética, que aplastaron a los checoslovacos que buscaban reformar el socialismo y “darle un rostro humano”, y, en contradicción con su insoportable verborrea “antiimperialista” y de defensa de la no intervención y la soberanía nacional, no tuvieron empacho alguno en acatar el diktat de la Unión Soviética y apoyar el establecimiento de un sistema político -autoritario, por demás- en otro país, a base de armas y tanques.
Seamos verdaderos antiimperialistas y apoyemos hoy a Ucrania, pues se lucha así contra la expansión de Rusia más allá de sus fronteras, contra su colonialismo y contra su manifiesta criminalidad de lesa humanidad y su racista agresividad estatal, militar, económica y cultural.