Un ambicioso proyecto editorial quedó trunco el pasado sábado en la noche cuando un infarto fulminante puso fin a la vida de uno de los periodistas más prolíficos que recuerde el diarismo dominicano moderno.
El ciudadano Leonardo Hernández de la Rosa, sencillamente Leo Hernández o Pipigua, tenía entre sus planes la edición de un tomo con sus crónicas y artículos más controversiales, publicados durante su dilatada carrera de comunicador, iniciada como corresponsal para Radio Mil Informando desde Villa Riva en los años 70, continuada como reportero y ejecutivo de otras emisoras ya en la Capital, hasta descollar como cronista político estrella en el vibrante vespertino ÚLTIMA HORA bajo la dirección de su compadre Aníbal de Castro.
En los constantes viajes que hicimos en los últimos años por todos los rincones del país y por el extranjero, siempre terminábamos tratando el tema de la publicación antológica, idea que se iba aplazando en la medida que pasaba el tiempo, debido al tráfago cotidiano del periodismo, las asesorías y las relaciones públicas al que debía entregarse el inquieto colega, quien se sentía orgulloso de atender lo que definía como su obra principal: la prole numerosa con que lo bendijo el Creador.
La impresionante manifestación de duelo que constituyó el sepelio del colega Hernández, donde toda su familia recibió demostración del afecto profesado al comunicador ido a destiempo, daría sobrados motivos para que alguno de sus parientes más cercano asuma la obra dejada inédita para que las futuras generaciones tengan a mano un trabajo periodístico que en las páginas de los diarios solo encontrará acogida en el regazo del Archivo General de la Nación.
Desde los textos de ÚLTIMA HORA a las columnas aparecidas hasta el día de su muerte en este diario El Caribe, podrían seleccionarse los escritos dignos de ser antologados, con lo que se rendiría un homenaje póstumo a un ser humano a quien todo el que lo conoció quedó atrapado en la magia de su amistad.