“¡Beban, para que me comprendan!” repite entre canciones “El Español de la Bachata” frente a públicos dominicanos a los que no hay que alentar para inclinar el codo.
No es que el dominicano sea un pueblo con los más altos índice de consumo per cápita de alcohol, ni en el mundo ni en América Latina. En Europa y sobre todo en los países del Este nos llevan la milla: Moldavia 18,22 litros; República Checa 16,27 y Rusia 15,76 para solo citar tres. El promedio del continente es 10,9.
América Latina promedia un consumo de 8,4 litros, pero países como Chile superan el promedio regional con 9,6 litros; Argentina 9,3 y Venezuela 8,9 litros, mientras RD es de apenas 6,9 litros, sin embargo, el país ocupa el segundo lugar mundial en muertes por accidentes de tránsitos asociadas al consumo irresponsable de bebidas alcohólicas, sin quedarse atrás en contrabando, falsificación y alternación.
Entonces no es que seamos uno de los países donde más se beba, sino entre los que peor de consume porque en los quintiles de menores ingresos se procura el consumo de la mayor cantidad al menor precio, en vez de precio-calidad, y en el mayor poder adquisitivo, que no necesariamente cuentan con mayores niveles educativos, el deleite no está en las cualidades del trago, sino en el costo, porque el placer priorizado es la ostentación.
En niveles de limitaciones económicas como en los de mayor capacidad de consumo, se observan hábitos que desnaturalizan los componentes originales de las mezclas y transforman la bebida en nada parecido a los que procuraban quienes se esmeraron al envejecerla y elaborarla.
En el mundo de los rones, por ejemplo, viable para las mezclas con gaseosas o jugos, son los blancos, pero el dominicano da el mismo tratamiento a los añejados, casi todo lo convierte en cocteles, haciéndose presa fácil de la falsificación porque al distorsionar el producto original no tiene forma de percatarse en términos reales de lo que está tomando.
No es extraño, en consecuencia, que una de cada tres botellas que se comercia en el mercado local, sea ilícita, entre las cuales cerca de un 75% provenían de contrabando y más de un 10% de falsificaciones y bebidas artesanales.
Una buena parte del presupuesto de salud tiene que dedicarse a enfrentar las consecuencias de los choques de tránsito, la principal causa de muertes violentas en el país, pero a consecuencia del comercio ilícito de bebidas alcohólicas, que se estipula sobre los 750 millones de dólares, el estado deja de percibir en impuestos por los menos 350 millones.
La tragedia que se ha registrado en el municipio de Pedro Santana, en Elías Piñas, ha mostrado que el mercado de las bebidas requiere de mayor regulación porque en aras de conseguir productos más económicos queda expuesta la salud de los más pobres, y el tema no se va a corregir con la persecución coyuntural que se ha desatado.
Debería estudiarse la posibilidad de habilitar un registro sanitario para las personas que producen esas bebidas, que cuides a sus consumidores y no se torne en una competencia desleal contra un sector que desde que ingresa alcohol a su destilería está bajo la vigilancia de la Dirección General de Impuestos Internos.
Así como se nos ha enseñado a cuidar los hábitos alimenticios y a ejercitarnos para mantener la salud, hay que educar para un consumo de bebidas de mayores deleites y menos abusos.
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