Cuando abrimos por la mañana los medios de comunicación escritos y digitales, nos asombramos de la cantidad de hechos criminales que ocurren en este pequeño país, cuyas víctimas son generalmente niños, adolescentes, jóvenes, ancianos, choferes y hasta enajenados mentales, lo que nos habla de la descomposición en nuestra sociedad y la falta de amor y consideración que existe en la mayoría de la gente. Nos comportamos como cualquier cosa, menos como seres humanos con ciertos grados de civilización, lo que es realmente penoso.
Como parte de nuestra crisis de amor, al estar a espalda de Dios, hemos visto casos de ancianos y niños que casi son atropellados al tratar de cruzar una vía por falta de consideración y cortesía de parte de conductores de carros privados y choferes de vehículos del transporte público, que no se detienen para dejarlos pasar y son objetos de improperios. La luz roja de los semáforos son ignoradas y violadas por choferes y conductores desaprensivos a riesgo de producir un fatal accidente, sin tomar en cuenta las vidas que están en juego. Los actos de violencia se han convertido, en nuestro país, el pan de cada día y no hay nada que los detenga, pese a los esfuerzos que realizan las autoridades para garantizar la seguridad ciudadana.
Tenemos que aprender a amar al prójimo, a extenderle la mano al necesitado, a ayudar a los desvalidos. No pensemos solo resolver nuestros problemas, sino mostrar, como seres humanos algo de compasión y amor a las personas más pobres que nosotros como nos ha enseñado Dios. Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 1ª. Juan 4:7-9.
No debemos ignorar que la reflexión sobre el amor de Dios, debería ser una tarea permanente en cada persona que ha experimentado el perdón de sus pecados y la vida eterna, por el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Porque en esa gran obra, Dios manifestó de manera contundente su amor hacia todo el mundo.
El primer gran beneficio que nos enseña esta palabra, es que somos amados de Dios. Con el amor de nuestro Padre, hemos sido sanados de todas las heridas de nuestra alma; todo el rechazo que la gran mayoría hemos venido cargando desde nuestra gestación, ha sido anulado por el poderoso amor de Dios que ha penetrado hasta lo más profundo de nuestro ser, liberándonos de nuestro pasado y de todo recuerdo nocivo de odio, menosprecio y humillaciones sufridas. Ahora somos amados en lugar de ser odiados. Esto es muy grande porque quien nos ama es nada menos que el creador de todas las cosas; autor y consumador de la fe.
Solo cuando hemos recibido la sanidad de nuestra alma, estamos en posición de amar a nuestro Dios y de amar a nuestros semejantes. Esta es la razón por la que nuestro Señor manda a los que son amados, a amarse los unos a los otros. Pero notemos que dice: Amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Poseemos un don cuyo propietario es Dios. El amor no es nuestro; no viene de nuestro ser; viene de Dios y es derramado en nuestros corazones por medio de su Santo Espíritu, tal como lo confirma Romanos 5:5.
Si poseemos el amor de Dios, debemos proceder de conformidad al espíritu de ese amor puro. Pero si no proyectamos el amor de Dios hacia los demás, pecamos seriamente, porque no estamos haciendo el uso adecuado de la esencia divina que mora en nuestro corazón. De violados nos convertimos en violadores; de rechazados, nos convertimos en rechazadores. Desobedecer a la voluntad de nuestro Padre, solo nos convierte en candidatos a la amargura y a la condenación establecida para todo el mundo incrédulo.
Hay algo más; para amar se necesitan cumplir dos condiciones: Nacer de Dios, y conocer a Dios. Muchos han nacido de Dios, pero no conocen a Dios como Padre. Han recibido el milagro de su perdón, pero no han buscado al autor de su milagro para conocerle y adorarle con todo su corazón. Cuando no se conoce a Dios, no se puede amar. Porque un corazón que desconoce a su Padre, se porta malagradecido, inseguro y desconfiado. La Biblia nos enseña que Dios es Amor y el que vive en amor, vive en Dios y Dios vive en él. Esto quiere decir que el amor no es teoría; es una vivencia de todos los días.
También es necesario saber que amar implica dar. El verdadero amor, no consiste en palabras solamente, ni en solo intenciones. El amor ágape que es el amor puro y santo que viene de Dios; implica dar sacrificialmente. El Señor lo probó al mostrar su amor para con nosotros, porque dio a su Hijo unigénito para que muriera por nosotros, para que nosotros vivamos por él.
La mejor y más auténtica manera de amar, es aquella en la cual nos despojamos de algo valioso para nosotros y lo entregamos a quien decidimos amar. Lo contrario no vale. El amor manifestado solo con palabras, no produce el efecto profundo de aquel sentimiento noble que impacta el corazón, tanto del prójimo, como el propio que es derramado cual libación delante de la presencia de Dios Todopoderoso.
Aprendamos a amar con el amor de Dios y transformaremos a nuestro país y al mundo. Recordemos que el amor es propiedad de Dios, que busca a los humanos y se fortalece en su intercambio de unos a otros. Cuando este intercambio de amor se perfecciona en nuestros corazones, vivimos en total libertad; libres de todo temor al castigo. Finalmente, debemos recordar que el amor no es fruto de la carne, sino del Espíritu Santo. Dios bendiga a mis hermanos y amigos lectores.
Amén.
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