Nacido y criado en una provincia minera, me he forjado una conciencia de acero sobre lo inútil que resulta para los pueblos la explotación de las entrañas de sus montañas, por ricas que éstas le parezcan al poder establecido.
Pedernales, en el suroeste de la frontera domínico-haitiana, estaba preñada de bauxita, caliza y quién sabe cuántos minerales más. En los años 40 del siglo XX, los exploradores estimaron en 54 millones toneladas de la materia prima del aluminio. Pero ya a mediados de los ochenta, cuando se marchó la explotadora de tales recursos, Alcoa Exploration Company (subusidiaria de la súper poderosa Aluminium of America, de Estados Unidos), solo quedaron 14 MM de toneladas desparramadas en lo alto del Baoruco al ser consideradas poco rentables para el negocio del momento.
Después llegó la Ideal para terminar “la obra”, y todo fue peor. Pronto el Gobierno autorizó a la colombiana Cemento Andino para que se instalase allí con todos los poderes. Y allí se ancló Cementos Andino Dominicano, a la nariz de la hermosa playa de Cabo Rojo y en el entorno de la hermosa Bahía de las Águilas, y la depredación y la contaminación han sido catastróficas. Tanto como los salarios míseros, los horarios de trabajo que violan los derechos humanos y el desprecio incomparable de sus ejecutivos por los nativos. Ni por asomo exhiben la inteligencia, la decencia y la empatía del gerente general y el gerente de comunicación de ALCOA, Patrick N. Hughson y Víctor García Álvarez, apaciguadores naturales de ánimos exaltados.
Hoy, exprimidas sus riquezas mineras y con el latrocinio de Bahía de las Águilas en pie, Pedernales es una de las provincias más pobres del país, pese a que las vidas de sus 20 mil ó 25 mil habitantes se resuelven con poquito de lo mucho sustraído a sus tierras.
Por eso, cuando me hablan de explotar a Miranda, la loma que llaman el último pulmón del Cibao central, prefiero ni escuchar. No creo –ni creeré– en “canciones de cuna”, aunque las interpreten millares de voces mediáticas celestiales aceitadas por don dinero. Tampoco a la ONU a través de su PNUD. No me importa que doña Miranda no sea fuente de ríos y balnearios importantes; ni hábitat de aves y otras especies nativas; ni hogar de una flora envidiable. Ni que esté ahuevada con níquel, diamante, oro, cobre, plata… O que sea una montañita desnutrida, intrascendente para la vida.
Estoy en desacuerdo –y estaré– hasta que la aspirante a explotarla (multinacional Xstrata Nickel o Falconbridge), o quien sea, me presente a un solo pueblo del país que haya visto, al menos en fotografía, al susodicho desarrollo tras la explotación de sus minerales. Puede comenzar, si lo desea, por la provincia Monseñor Nouel, donde ella opera; seguir por su vecina Sánchez Ramírez, cuyo promontorio de oro ha sido colocado en la bandeja de la Barry Gold…
Si no son villas miseria y modelos de naturaleza enferma, entonces cambiaré de opinión. Tendrán un periodista militante a favor de su causa.
HARAKIRI PARA GANAR LA GLORIA
Si el Gobierno accede a un recorte violento del gasto público para paliar el déficit fiscal de unos 155 mil millones de pesos, como reclaman empresarios y políticos, apostaría con ellos a la ingobernabilidad y a su propio suicidio. Una poblada sería el próximo paso.
Pero no percibo en el Presidente Danilo Medina un complejo de samurái criollo que lo haga suicidarse para bañarse con la gloria de unos cuantos en desmedro de la mayoría.
Una cosa es eliminación de gastos innecesarios, y otra, muy distinta, es apretar la tuerca hasta que se corra la rosca social. Y a ese reclamo inhumano que corean muchos, debería huirle él, si quiere que “San Ramón lo que saque con bien” en 2016.
El Estado es salva-vida de la población, frente a una parte importante del empresariado, evasora y poco comprometida, que demuestra cada día su atraso al no invertir en investigación, ni apostar al desarrollo, ni a ver al empleado como un aliado, ni, mucho menos, asumir con la responsabilidad que demanda la coyuntura una cuota de la crisis económica.
Apuestan al caos quienes, ante las demandas sociales actuales, proponen reducción de presupuesto y condicionan su apoyo a la gestión gubernamental, a que encarcele supuestos culpables del hoyo fiscal. Culpables hay, cierto, y no deberían olvidarse; pero mezclar ahora arroz con mango, provocaría una indigestión social tan grave que no habría medicina para detenerla.
Mesura y sacrificio de quienes más tienen es entonces la clave del momento, si entendemos necesaria la paz. Nada de mirar para otro lado.
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