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"Ay, no me mate a mi marido"

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La mayoría de las mujeres que son maltratadas por sus maridos se acostumbran a soportar en su cuerpo y su mente la ira de sus conyugues y son renuentes a denunciarlos ante las autoridades por temor a perder la vida. Es por eso que la violencia intrafamiliar  es difícil de controlar, llegando a los abusos físicos, sicológicos  y hasta el feminicidio,  mal que se ha convertido casi en una pandemia en este país.

Al respecto, recuerdo a una típica familia del barrio de Villa Francisca, formada por una pareja y con dos hijos adolescentes. Pero el señor de la casa, Emiliano, un hombre trabajador, era adicto al alcohol y cuando se emborrachaba su conducta se descontrolaba.

Emiliano, de pequeña estatura y un poco delgado, era empleado de un banco privado, pasaba los fines de semana con sus amigos tomando bebidas alcohólicas, y a éste siempre le tocaba pagar la cuenta de lo consumido.

La esposa, doña Esperanza estaba cansada de esa rutina de su esposo, y le propuso que bebieran juntos en su casa, en lugar de estar con sus amigos, por que así no se afectaría el presupuesto familiar.

Cuando Emiliano cobraba, su prioridad era sacar lo del ron, que sobrepasaba más del 50 por ciento del presupuesto familiar y, cuando se le terminaba el dinero, no le importaba usar parte de la suma que apartaba para el sostén de su esposa e hijos, creando un déficit mensual, lo que provocaba un disgusto entre la pareja.

Un fin de semana, cuando Emiliano y Esperanza intercambiaban  tragos en su casa, comenzaron a hablar de sus respectivas familias, sacándose los trapitos al sol y ofendiéndose ambos.

Bajo los efectos del alcohol, doña Esperanza vio a su esposo del tamaño de Nelson Ned y le fue encima, pero Emiliano pese a su pequeña estatura tenía un puño más poderoso que el de Myke Tyson, y la noqueó, escandalizando al barrio por el abuso. Los vecinos tuvieron que intervenir ante la actitud  de los dos hijos que trataron infructuosamente de agredir a su padre.

Un mediodía, en ausencia de sus hijos, llegó Emiliano a su casa y encontró que la comida  era poca y de mala calidad, enterándose luego que su mujer invertía dinero jugando a la caraquita, una lotería venezolana que se captaba aquí por radio, lo que lo enfureció y trató de agredirla.

Esperanza corrió despavorida por la calle, seguida de Emiliano que con un cinturón de cuero  en mano intentaba darle una pela. La señora desesperada se aferró a un hombre, de traje negro y  sombrero de ala ancha, que parecía un alcalde pedáneo, que en ese momento pasaba por el lugar, y le pidió que la defendiera de su agresor. Emiliano trató, no solo golpear a su esposa, sino a su defensor, pero éste sacó un revolver, y lo encañonó en la cabeza. A Emiliano se le aflojaron los esfínteres, causando un desorden en sus pantalones.

Al ver la situación de su esposo, agarrado por el cuello y con un revolrver, tipo Enriquillo,  apuntándole a la cabeza, Esperanza gritó desesperada, “¡Por favor, no me mate a mi marído!”  El defensor de la señora, soltó a Emiliano y ella corriendo abrazó a su esposo, y ambos, de manitas cogidas amorosamente,  se fueron tranquilitos a su casa. No todos los casos tienen un final tan “feliz” como éste. Un campesino cibaeño que fue testigo del hecho dijo: “¡Anja!, por eso es que naide se debe metei en pleito entre marío y mujei”.

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