Nuestra América -desde finales del siglo pasado estremecida por un proceso en el que la dialéctica reformas-contrarreformas, y revolución vs contrarrevolución dominan su convulsionado escenario cargado de nuevas esperanzas y de nuevos riesgos- ya no se encuentra sola en cuanto a expresiones de indignación y rebeldía contra el capitalismo neoliberal ( “primavera árabe”, movilizaciones multitudinarias en EE.UU. y Europa…), lo que implica un cambio de cantidad y cualidad en los desafíos del presente internacional para las fuerzas que asumimos la certeza de que otro mundo, un mundo solidario, es posible.
La cuarta ola transformadora latino-caribeña -contadas éstas desde aquella que inició en los años cincuenta la revolución cubana (primera revolución popular de orientación socialista en el Hemisferio Occidental)- ha tenido logros y limitaciones, avances y estancamientos, conquistas y reveses en la dialéctica que la caracteriza.
Componentes avanzados.
Sus componentes más avanzados, con Venezuela en sitial relevante, convergen auspiciosamente con la principal conquista revolucionaria en nuestra América del siglo XX: la revolución cubana; contribuyendo de esa manera a crear procesos de integración y de unidad cualitativamente superiores, conjuntamente con otros más limitados.
Las reformas, sustentadas desde gobiernos y poderes con nuevos sujetos sociales y políticos activos (o nuevas fuerzas motrices) en su conducción, han avanzado notablemente frente a las contrarreformas.
Entre los países ubicados en el campo progresista (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina, Nicaragua, El Salvador…); se sitúan en la delantera autodeterminada Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua… con disímiles situaciones en cuanto a profundidad de las transformaciones y políticas implementadas, conformando junto a Cuba y otros dos países caribeños más, esa extraordinaria conquista que se llama ALBA; sin la que hubiera sido impensable la reciente gestación de la Confederación de Naciones Latinoamericanas y Caribeña (CELAC) como alternativa moderada a la funesta OEA.
Igual, con marcados desniveles, ha avanzado la autodeterminación frente a la dependencia y la abyección, armónica casi siempre con la actitud más o menos reformadoras y anti-neoliberal, registrándose mayores avances en los países que han refundado su orden constitucional-institucional a través de procesos constituyentes participativos (Venezuela, Ecuador, Bolivia) o que vienen de una reciente experiencia revolucionaria antiimperialista (Nicaragua); y más radical el independentismo en los que expresan vocación revolucionaria aun en el marco de procesos reformadores, no simplemente reformistas (Venezuela y Bolivia son casos más señeros).
Reformas estructurales de profundidad (que no simplemente reformismo liberal, social-reformismo, redistribución de ingresos y programas contra la pobreza de mayor o menor alcance y autodeterminación moderada mezclada con subordinaciones más o menos graves), casi siempre están ausentes en países que no han alterado significativamente las camisas de fuerza institucionales del viejo orden y los impactos anteriores del neoliberalismo duro, sobre todo en cuanto a las privatizaciones y ciertas desregulaciones perjudiciales (casos como el de Uruguay, Paraguay, Argentina, El Salvador, Perú).
Los casos de Paraguay, Perú y El Salvador registran sostenidos, aunque desiguales, corrimientos hacia la derecha y respecto a la dependencia de EE.UU., tornándose cada vez más grave en El Salvador y Perú.
Brasil y Argentina son relevantes dentro de ese bloque moderado en materia de autodeterminación y políticas sociales, por su fortaleza económica bien administrada; agregando a Brasil su condición de potencia capitalista emergente con evidente vocación imperial continental, alianzas con potencias similares en el mundo y manejos combinados de independencia y pactos negociados con los imperialismos europeo y estadounidense.
El espectro de gobiernos de derecha.
En el campo de la hegemonía neoliberal dura, la subordinación esencial a EE.UU., la corrupción y narcocorrupción rampantes, la dominación de la oligarquía capitalista, el autoritarismo y la represión –también con peculiaridades, manejos diferenciados y contrastes pronunciados- se sitúan los regímenes de México, Guatemala, Honduras, Panamá, Chile, República Dominicana, Puerto Rico (al que se agrega su prolongado estatus colonial), Haití, Jamaica y otros países caribeños…
Entre ellos se destacan los casos de Colombia, Honduras (post golpe) y Haití (este último intervenido y desbastado con complicidades imperialistas y latinoamericanas ominosas, y excepciones honrosas como son la generosa solidaridad venezolana, cubana y ecuatoriana sin comprometerse con la intervención).
Los Estados o Gobernaciones de esos tres países se han convertido en verdaderos engendros de la recolonización, la narco-corrupción, la intervención gringa y el terrorismo de Estado; lamentablemente no enfrentados debidamente por una parte de la fuerzas gobernantes de las naciones avanzados del continente y de las izquierdas social-reformistas, algunas de las cuales ayudan paradójicamente a meter a Colombia y Honduras en la profundidad del hueco, así como a reforzar y legalizar la intervención imperialista en Haití, debilitando la solidaridad para con las heroicas luchas de sus pueblos, que en casos como el hondureño y el colombiano, despliegan un presente de combates ejemplares.
Respecto al régimen de Colombia, incluidas las administraciones de los presidentes Álvaro Uribe y Manuel Santos, hay que agregar su rol de peón exportador de la política de contrarreforma y contrarrevolución estadounidense e israelí, de su experiencia paramilitar, de su guerra sucia, su dinero sucio y su horrenda vocación criminal hacia los países más cercanos de Suramérica, Centroamérica y el Caribe, en mayor escala cuando encuentra receptividad de sus gobierno como sucede en Honduras, Haití y República Dominicana.
Perú formó parte de ese grupo de países bajo dominaciones execrables hasta la victoria electoral de Ollanta Humala, reveladora de las ansias de cambio del pueblo peruano que se ilusionó con su mensaje nacionalista y reformador, corriéndose primero moderadamente y efímeramente al campo progresista (con grandes vacilaciones) y girando posteriormente y en corto plazo hacia una derechización y una dependencia que rayan en la traición.
Cambio del mapa político y correlación reformas-revolución.
Es claro que en la vertiente reformas vs contrarreformas de la nueva oleada de cambios continentales los avances de las primera son tan notables que han cambiado el mapa político latino-caribeño en detrimento del viejo dominio oligárquico-imperialista y de la nefasta hegemonía neoliberal, a favor de procesos reformadores (algunos con vocación antiimperialista y revolucionaria) o de regímenes reformistas (con moderados posicionamientos independientes).
En una gran parte de los casos puede apreciarse la presencia determinante de nuevos sujetos políticos y sociales en función de Estados, unos con las viejas instituciones casi intactas y otras con nuevas instituciones entremezcladas con viejas. Diversas son las correlaciones de fuerzas en lo relativo a los llamados poderes temporales y permanentes de sus respectivos Estados y sociedades, y disímiles sus direcciones políticas, partidos y movimientos en las gestión de los cambios y avances.
Esa realidad ofrece como resultado inconcluso un balance precario en lo relativo a la dialéctica a favor de las revoluciones de orientación socialista dentro de la oleada de cambios descrita.
Las transiciones en procesos que proclamaron su vocación revolucionaria, que se definieron como revoluciones de nuevo tipo o que incluso proclamaron el camino de un socialismo renovado y adecuado al presente siglo (Venezuela, Bolivia, Ecuador…) –aun con sus trascendentes logros sociales, ensayos de participación comunitaria, conquistas democráticas, avances en el desmonte del neoliberalismo y recuperación de soberanía; aun con sus certeras críticas y puntuales acciones contra sectores del gran capital imperialista y local- no han logrado avanzar significativamente hacia la abolición del gran capital privado, ni hacia la socialización de lo privado, ni de la de parte estatizada; menos aun hacia la socialización del poder en términos integrales.